Índice
- El movimiento socialista internacional ante el peligro de guerra en Europa
- El socialismo italiano ante la Primera Guerra Mundial
- La oposición de Amadeo Bordiga a la guerra
- El Partido Socialista desde el inicio de la guerra a la derrota de Caporetto (9-11-1917)
- El PSI frente a la Revolución Rusa
- Bordiga y el problema de la escisión del partido
- Hacia el Congreso de Roma y el fin de la guerra
- El Congreso de Roma
- Anexo
- Las posiciones iniciales de Bordiga sobre la política bolchevique (1917-1918)
- Gramsci y la Revolución de Octubre
El movimiento socialista internacional ante el peligro de guerra en Europa
1.- La irrupción de la política colonial e imperialista, simultáneamente con el peso creciente del militarismo en los países centrales, planteó a los partidos socialistas el problema de la acción anticolonial, antiimperialista y antimilitarista. Contra el militarismo y las guerras coloniales (y en particular contra el peligro de guerra mundial que se delineaba entre las grandes potencias europeas), en el Congreso de París de 1900 la II Internacional decidió que «(los) diputados socialistas de todos los países están comprometidos incondicionalmente a votar contra todos los créditos militares, navales, y contra las expediciones coloniales”. En 1907, en Stuttgart, la Internacional adoptó una resolución proclamando que «(si) la guerra estalla a pesar de todo, los socialistas tienen el deber de intervenir para acelerar su fin y aprovechar todas las ocasiones y la crisis económica y política para sublevar al pueblo y precipitar así el derrocamiento de la dominación imperialista«. En 1910, en Copenhague, la resolución de Stuttgart fue confirmada y la Internacional declaró nuevamente que es «el deber invariable» de los diputados socialistas rechazar todos los créditos de guerra. En noviembre de 1912, en el Congreso de Basilea, que se reunió durante la guerra de los Balcanes, la Internacional denunció la futura guerra en Europa como “criminal” y “reaccionaria”, cualesquiera sean los gobiernos involucrados, y que aquélla no podría más que “acelerar la caída del capitalismo, provocando inmancablemente la revolución proletaria”, e hizo mención a la Comuna de París (1871) y a la Revolución Rusa de 1905 como ejemplos de levantamientos revolucionarios como consecuencias de las guerras burguesas.
El socialismo italiano ante la Primera Guerra Mundial
2.- En el momento mismo del desencadenamiento de la primera guerra mundial, la II Internacional cayó en bancarrota por la capitulación de casi todos los partidos socialistas europeos que, en defensa de “la patria en peligro”, votaron los créditos militares, entraron en los gobiernos de “unidad nacional” y llamaron a los obreros a apoyar el esfuerzo de guerra de cada uno de los Estados respectivos, renegando los acuerdos y resoluciones de los Congresos internacionales. Las raras excepciones a esta debacle fueron el Partido bolchevique (los diputados mencheviques también votaron contra los créditos de guerra al inicio del conflicto, pero se dividieron más tarde sobre esta cuestión), el serbio, el búlgaro, el Partido Socialita italiano y, en Inglaterra, el pequeño Independent Labour Party.
En Alemania, tras el voto unánime del grupo parlamentario socialdemócrata a favor de los créditos de guerra (3 de agosto de 1914), la dirección del SPD y los sindicatos socialdemócratas se movilizaron en apoyo del esfuerzo bélico, proclamando la “interrupción de la lucha de clases”.
En Francia, el 27 de agosto 1914, el Partido socialista (SFIO) hizo entrar en el gobierno a dos de sus grandes figuras, Jules Guesde y Marcel Sembat. El Secretario General de la Confederación General del Trabajo, León Jouhaux, miembro del Partido, fue nombrado Comisario de la Nación para “sostener el esfuerzo de guerra”. Lo mismo ocurrió en Bélgica, con la entrada en el gobierno de Unión Sagrada del secretario de la Internacional Socialista, Emile Vandervelde.
A pesar de formar parte de la Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, Italia se mantuvo neutral al inicio de la guerra1. Luego de romper el pacto de la Triple Alianza y aliarse con la Triple Entente (Francia, Inglaterra, Rusia), Italia recién entró en guerra nueve meses más tarde (el 24-5-1915). Este intermedio resultó de las divisiones internas de la burguesía italiana y de las negociaciones previas con los beligerantes2.
Tras la ruptura entre Austria y Serbia en julio de 1914, y ante la inminencia de un conflicto bélico europeo, todas las tendencias del PSI exigieron la “neutralidad” de Italia. El 30-7 la Dirección del PSI publicó un Manifiesto invitando al proletariado a oponerse decididamente a la guerra3.
Esta posición mancomunó a la derecha reformista del bloque de diputados socialistas, a la dirección de la Confederación General del Trabajo y a la corriente intransigente mayoritaria que dirigía el Partido desde el Congreso de Reggio Emilia.
Mussolini asumió inicialmente esa misma posición y proclamó que la misión del proletariado era movilizarse para imponer la neutralidad italiana “por todos los medios”, añadiendo que “Ha llegado el día en que el proletariado italiano debe tener fe en su vieja consigna: ¡Ni un hombre, ni un centavo! [para la guerra], ¡cualquiera sea el precio [a pagar]!”4.
El Grupo de diputados socialistas también exigió el 27-6 la neutralidad de Italia y dirigió una advertencia a los trabajadores para que “estén preparados para las más enérgicas medidas que el Partido considere necesarias”. El 5-8 la CGdL proclamó que “en el caso de que el Gobierno corra en ayuda de los dos imperios que forman parte de la Triple Alianza (…) [la CGdL] declara estar dispuesta a recurrir a todos los medios para impedir que esto ocurra”.
La razón de la reivindicación de la neutralidad por parte del reformismo (e incluso de Mussolini mismo5) residía en las tendencias francófilas de sus dirigentes6. El neutralismo reformista era unidireccional: tres años más tarde, frente a la derrota italiana de Caporetto (24-10-1917) y a la entrada de los ejércitos de los Imperios Centrales en la región del Véneto, confrontados con las importantes deserciones de la tropa, la derecha reformista tomó abiertamente posición, en la CGdL y en el Parlamento, por “la defensa de la patria” y por la Triple Entente.
Pero en mayo de 1915, por el hecho de que la entrada en guerra de Italia junto a Francia, Inglaterra y Rusia fue una decisión del gobierno no motivada por un ataque exterior, el reformismo no pudo esgrimir el argumento de la “agresión extranjera” para justificar su apoyo público a la Unión Sagrada. Esta situación dio tiempo y espacio a la mayoría del PSI para hacer que el 19-5-1915 la Conferencia socialista de Boloña – con la participación de la Dirección del Partido, del GPS, de la CGdL y de delegaciones de las Secciones más importantes7 – proclame la “aversión inquebrantable del proletariado … a la intervención en la guerra” y su resolución de no votar los créditos de guerra (cualquiera sea el enemigo), e impedir que los diputados socialistas los votasen ulteriormente.
Pero una vez que Italia entró en guerra, e inmediatamente después de haber votado en contra de los créditos reclamados por el Gobierno, Turati, en nombre del grupo parlamentario socialista, le propuso colaborar para la victoria italiana: “los reformistas trabajarían para la nueva y necesaria orientación de las masas socialistas (y) para apaciguar a la clase obrera y al PSI, pero solicitaron una cierta tolerancia de la censura para poder desenvolver libremente su misión”. Más tarde, “el plan fue proseguido con coherencia entre 1916 y 1917 a través de contactos de Turati con Camillo Corradini, jefe del Gabinete [del Ministerio del Interior] (…), y la declaración colaboracionista de los líderes reformistas, particularmente clamorosos en el último año del conflicto, ya sea en la prensa como en el Parlamento, fueron sus manifestaciones evidentes”8.
Tras la firma del Pacto de Londres entre Italia y los Aliados (26-4-1915), ante la inminencia de la entrada en guerra de Italia, el PSI dio un paso atrás haciendo suya la propuesta desmovilizadora y estéril de Lazzari de “Ni adherir, ni sabotear”, renunciando a llevar a cabo una oposición activa en línea con las resoluciones internacionales de Basilea. Esta consigna, aprobada el 16-5 en la Conferencia de Boloña, era aparentemente el “justo equilibrio” entre la posición de los reformistas (quienes simpatizaban con la Triple Entente y no estaban dispuestos a una oposición activa) y los intransigentes firmemente opuestos a la intervención italiana. En realidad, el “no sabotear” implicaba por parte del Partido y de su grupo parlamentario abstenerse de toda propaganda y acción en contra de la guerra, y por parte de la CGdL mantener en lo posible la “paz social interior”; mientras que el “no adherir” exigía solamente que los diputados socialistas no votaran los créditos (lo que para el Gobierno no representaba ningún inconveniente real) y que el Partido no desarrollase una campaña nacionalista.
En medio de la violenta campaña pro intervencionista de mayo de 1915, en la Conferencia de Boloña mencionada, y por temor a que tuviese éxito, los diputados socialistas, en su gran mayoría, y los dirigentes de la CGdL, se opusieron a toda huelga general contra un casi seguro decreto de movilización, con la intención inconfesada de no obstaculizar el esfuerzo bélico de Italia9. Pero a pesar de esa situación, en la que el proletariado italiano se encontraba sin una dirección política firme y decidida, en numerosas ciudades se declararon huelgas contra la guerra, y las organizaciones obreras de Turín impulsaron los días 17 y 18 de mayo una huelga masiva con la participación de 80 mil manifestantes, con luchas callejeras que dieron lugar a choques sangrientos, mientras que el proletariado de Milán, desorientado como en tantas otras ciudades, esperó en vano una consigna de lucha de la Dirección socialista10. Una vez más, en un momento crucial de la Historia, fue el reformismo quien dictó e impuso a la Dirección intransigente una política desmovilizadora y derrotista. Lo mismo sucederá en los años sucesivos11.
En el preciso momento en que el Estado italiano, por necesidades inherentes al esfuerzo bélico, ejerció una presión máxima sobre las masas obreras12 y campesinas13, y más allá de las intenciones subjetivas de unos y otros, la convergencia objetiva fue completa entre la Dirección intransigente que agitaba la consigna de “Ni adherir, ni sabotear” y el accionar reformista en el Parlamento, en la CGdL, en el sindicalismo agrario, en las cooperativas y en la Liga de comunas socialistas (fundada en 1916). Como Partido, aunque no en la intención y voluntad de su minoría revolucionaria, el PSI estará siempre muy por debajo de la real voluntad de oposición a la guerra de las masas trabajadoras14.
Si bien la intransigencia impidió que los diputados socialistas votasen los créditos de guerra, el accionar de la Dirección del Partido no fue un peligro o una traba para el esfuerzo bélico. A pesar de toda su campaña contra el nacionalismo y a favor de una “paz justa” (pretendiendo de esta manera salvar el “alma” y el “Ideal socialista”), fue el reformismo quien condicionó su conducta real (o, para decirlo sintéticamente, el reformismo tenía la sartén por el mango).
La perspectiva a futuro de la Dirección del Partido era estrictamente pacifista, para nada diferente de la del reformismo turatiano que sólo deseaba un “retorno a la normalidad” de antaño. Su Manifiesto del 22-5-1915 afirmó: “Nosotros dedicaremos nuestra fe y entusiasmo a preparar la paz (…), a volver menos tristes las consecuencias del tremendo conflicto”. Ni una sola mención se hacía en él a una salida revolucionaria del conflicto bélico, sino sólo a una vaga referencia a “la lucha de clase” incentivada por las consecuencias de la guerra15.
La posición de Mussolini ante el conflicto fue oscilante y más que dudosa durante más de dos meses, hasta su vuelco público y sin retorno del 10 de octubre. A la vez que defendía oficialmente la posición de “neutralidad absoluta” de la Dirección del PSI, su giro a 180° había comenzado a delinearse a inicios de agosto 1914.
El 4-8 el Avanti! adoptó implícitamente una actitud asimétrica ante los dos bandos bélicos al hablar de la “horda teutónica desencadenada sobre toda Europa”; el día 5 sostuvo que “[el] militarismo prusiano y pangermánico es, desde 1870 a hoy, el bandido apostado en las calles de la civilización europea”; y el día 6 habló de “desafío germánico contra latinos, eslavos y anglo-sajones”16. El 26 de agosto escribió: “Nosotros, frente a dos males, elegimos lógicamente el que nos parecer ser el menor, y la victoria de la Triple Entente nos parece ser el mal menor”17. El 3 de septiembre escribió que “[Si] adherir a la causa de la paz es adherir a la causa de la conservación social, entonces los revolucionarios auténticos son los nacionalistas y los partidarios de la guerra que consideran que la guerra es un patrimonio inalienable del hombre”18. El 10-9 afirmó: “Nuestra simpatía va hacia Francia. (…) [Es] una especie de forúnculo sentimental que tenemos. Y, por otra parte, debiendo elegir entre dos males, elijamos el menor y auguremos que la Triple Entente salga victoriosa, y el militarismo prusiano resulte derrotado”.
En otras ocasiones defendió débilmente el punto de vista oficial del Partido, y no con criterios basados en el interés de la lucha de clase antiburguesa y antiimperialista, sino con argumentos meramente coyunturales, evaluando la oportunidad de la participación en la guerra, sea al flanco de la Entente (“nos confundirían con los belicistas profesionales”, “renegaríamos nuestros programas electorales”, “costaría un millardo a esta pobre Italia tan espantosamente despojada por la guerra en Libia y tan necesitada de una larga e intensificada cura reconstitutiva”), sea junto a los imperios centrales (su victoria llevaría a “consolidar a la monarquía y a las corrientes militaristas”); y, en cualquier caso, la derrota “tendría las más imprevisibles y catastróficas consecuencias, incluso territoriales”19.
Las representantes de los intervencionistas “de izquierda” desarrollaron una campaña violenta e insistente, poniendo de relieve toda su duplicidad e incapacidad para asumir una posición sincera y coherente, obligándolo así a definirse20.
Su adhesión pública al intervencionismo fue proclamada el 18-10-1914 en un artículo del Avanti!21. Haciendo de la Triple Entente nada menos que el adalid de la libertad y de las nacionalidades oprimidas22, Mussolini se declaró contra la posición de “neutralidad absoluta” (calificándola de reaccionaria), atribuyendo con exclusividad a los Imperios centrales la responsabilidad de la guerra; caracterizó al Imperio Austro-Húngaro de “mayor y verdadero baluarte de la reacción europea”; reclamó la simpatía del socialismo italiano para los países agredidos (Francia, Bélgica, Serbia) y para los enemigos de los agresores (Inglaterra, Francia, Rusia); trató de “cretina” la incapacidad de distinguir (¡en un enfrentamiento interimperialista!) entre “guerra defensiva y guerra de agresión”; afirmó la existencia de problemas nacionales italianos irresueltos allende sus límites fronterizos (Trento); reclamó la necesidad de fijar una posición a partir de los eventuales resultados de la guerra; se solidarizó con los socialistas franceses e ingleses, y con los anarquistas Amilcare Cipriani y Kropotkin que apoyaron a sus Estados en guerra contra el “militarismo imperialista de Alemania”, y por la “salvaguardia de la libertad y la independencia de los pequeños Estados” (Bélgica y Serbia) y de “las nacionalidades oprimidas de Europa”; exigió la entrada en guerra de Italia “para asegurarle el derecho a reclamar la cesión de territorios a los cuales ella aspira justamente por razones históricas y de raza”; y adhirió de este modo a la campaña intervencionista del lado de la Triple Entente23. El artículo prospectaba todo un abanico de hipótesis más o menos fantasiosas para terminar preconizando la entrada en guerra contra los Imperios centrales.
Lo notable de toda esa verborrea del ya renegado y siempre auto reivindicado “revolucionario” Mussolini (verborrea que era una rara mezcla de cinismo pro imperialista y de Realpolitik basada en consideraciones exclusivamente nacionales y patrióticas), era que, entre las hipótesis consideradas, brilló por su ausencia precisamente aquella de que la Revolución podía resultar de la lucha del proletariado contra la guerra.
Opuesto a todo el resto de la Dirección del Partido, Mussolini renunció el 21-10 a la dirección del Avanti! (siendo reemplazado por Giacinto Serrati). El 15-11 fundó el periódico “Il Popolo d’Italia” con fondos de círculos intervencionistas italianos y franceses, e inició la trayectoria que lo llevará a la formación del movimiento fascista. El 24-11, en medio de una reunión multitudinaria de la sección de Milán, escupido en la cara e injuriado al grito de “¡Traidor!” por miles de socialistas presentes que hubieran querido sacarlo a las patadas sin permitirle hablar24, Mussolini fue expulsado de PSI por indignidad política y moral, sin lograr arrastrar consigo a sectores significativos del socialismo25.
El tránsito de Mussolini a las filas del intervencionismo no fue una simple “aventura” individual, sino que formó parte de un marea que arrastró no sólo a los demócratas republicanos, radicales y masones (auto reivindicados defensores de la democracia europea en general, y de la francesa en particular… aliada al absolutismo zarista), sino también a anarquistas (como Amilcare Cipriani y Maria Rygier) y a un importante número de sindicalistas revolucionarios (como Michele Bianchi, Alceste de Ambris, Amilcare De Ambris, Filippo Corridoni, Paolo Mantica, Cesare Rossi, Edmondo Rossoni)26/27.
La adhesión de Mussolini y de sindicalistas revolucionarios a la política intervencionista en nombre de una supuesta transformación de la guerra imperialista en guerra revolucionaria era, por una parte, la consecuencia de la influencia que la ideología de Sorel ejercía sobre todos ellos28; y, por otra, a partir del fracaso de las perspectivas políticas de unos y otros como resultado de la Semana Roja, de la búsqueda de supuestas nuevas vías para el logro de supuestos y fantaseosos objetivos revolucionarios.
Para todos estos “intervencionistas de izquierda”, “[La] guerra que se inicia debía (…) consagrar [la caída de las democracias burguesas] y embocar un proceso revolucionario que en otros tiempos no tendría ninguna posibilidad de lograr. La guerra no podría más que debilitar al capitalismo, ofreciéndole al mismo tiempo al proletariado la posibilidad de adquirir simultáneamente las técnicas de combate y las virtudes heroicas que le permitiesen triunfar sobre sus adversarios, además de generar un gran mito movilizador que remplazará al de la huelga general. De la guerra debía surgir también una nueva élite, con las cualidades requeridas para encuadrar a las masas y conducirlas a la victoria”29.
La marea intervencionista tuvo también repercusiones en el socialismo italiano, sin lograr torcer la posición neutralista oficial, ampliamente mayoritaria en el Partido y en el proletariado. La tesis intervencionista junto a la Triple Entente encontró eco en figuras como Gaetano Salvemini y el trentino Giuseppe Cesare Battisti; otros, como Antonio Graziadei, se declararon afines a la argumentación de Mussolini30 y Antonio Gramsci no condenó explícitamente la tesis mussoliniana31. En la sección de Turín hubo afiliados que se enrolaron en la Legión Garibaldina del lado francés, en tanto que el futuro dirigente comunista Palmiro Togliatti se enroló como voluntario en el Ejército. En la Sección de Milán, el 22 de octubre, en presencia de unos 300 socialistas (entre los cuales estaban dos diputados y tres consejeros municipales), se aprobó una Resolución de solidaridad con Mussolini reclamando un Congreso extraordinario del Partido para tratar el problema de la neutralidad, lo que provocó el día 25 otra reunión de 500 militantes obreros que unánimemente se declararon contra todas las guerras y apoyaron a la Dirección del Partido.
Las discusiones en la Sección de Milán continuaron los días 26-10, 5-11 y 10-11, concluyendo con la derrota de la posición intervencionista en medio de gritos, tumultos y protestas contra Mussolini. En estas ocasiones, las posiciones revolucionarias fueron defendidas por Bruno Fortichiari y Luigi Repossi (futuros dirigentes del comunismo italiano), quienes denunciaron la guerra en curso como un choque de intereses económicos burgueses, negaron la validez de la justificación irredentista32 y rechazaron todo argumento “defensista” como justificación de la entrada en guerra33.
También se sintieron los efectos de la campaña intervencionista en la juventud socialista de Milán, Turín y Roma, al punto que el director de l’Avanguardia, Lido Cajani, auguró que los socialistas se movilizaran “contra el Orden teutónico”34. Sin llegar a este extremo, otros dirigentes socialistas, incluso sosteniendo la “neutralidad absoluta”, se declararon en privado simpatizantes de la Triple Entente35.
Habiendo excluido la hipótesis mussoliniana del “intervencionismo revolucionario”, y levantando la consigna de la neutralidad (y, más tarde, la de “Ni adherir, ni sabotear”), el Partido socialista estaba tironeado entre el lavarse las manos y dejar pasar la tormenta, sin comprometerse, a la espera de “tiempos mejores” (posición sostenida por la mayoría de su Dirección intransigente), el apoyo inconfeso al esfuerzo de guerra (vehiculada por todo el reformismo), la participación en caso de “legítima defensa” (prevista por Lazzari, Turati y otros Graziadei), y la posición marxista revolucionaria (cuyo más acabado exponente fue Amadeo Bordiga).
La oposición de Amadeo Bordiga a la guerra36
3.- Al tratar la cuestión crucial para el movimiento socialista de las distintas posiciones asumidas ante la I Guerra Mundial, verdadera divisoria de aguas entre la traición socialdemócrata, el oportunismo centrista y las tendencias revolucionarias marxistas, nos detendremos en elcombateejemplarde Amadeo Bordiga, representante reconocido de la Izquierda Intransigente37.
Siete días después del inicio del conflicto, la sección napolitana del Partido socialista aprobó la moción presentada por Bordiga que afirmaba tajantemente que “los trabajadores no tienen ningún interés ni ideal para defender dentro de las fronteras nacionales”, que “el conflicto actual resulta de las burguesías de todos los países”, y auguraba “que los trabajadores europeos se liberen de la embriaguez que hoy los lanza unos contra otros hacia incalculables estragos, y se sirvan de las armas empuñadas en defensa de la causa del proletariado internacional [subrayado nuestro, ndr.]”38.
El 21 de diciembre de 1914, Bordiga reafirmó decididamente los principios marxistas revolucionarios, antiimperialistas e internacionalistas contra la guerra:
“El Partido socialista se encuentra (…) ante una encrucijada: o bien sacrificar en el altar de la patria su propia fisionomía, y en gran parte su propio futuro, o debilitar, prosiguiendo sin escrúpulos su acción específica, la nación a la que pertenece. Frente a esta responsabilidad, la gravedad de la cual no depende de hecho del famoso concepto de la defensiva o de la ofensiva [Bordiga se refiere aquí a la situación particular del país ante el enemigo militar, invadido o invasor, ndr.], el socialismo no debería dudar, para no renegarse a sí mismo. (…) En ningún caso (…) el socialismo puede resignarse a la concordia nacional. (…) Los otros [partidos] ven en la concordia y en la paz social la finalidad de sus hipócritas ideologías que enmascaran las tendencias inconfesables de las minorías dominantes a conservar el privilegio de la opresión. Por el contrario, nosotros somos el partido de la abierta discordia civil, de la proclamada lucha entre las clases (…)”.39
A continuación, resumimos las posiciones fundamentales defendidos política y teóricamente por Bordiga en el período 1912-1917 en relación a la guerra imperialista, en total diapasón con las posiciones de los bolcheviques.
- Movilización contra la entrada de Italia en la guerra, sea del lado de la Triple Alianza, sea al flanco de la Triple Entente.40
- La “neutralidad absoluta” exigida por el partido socialista al Estado italiano [durante los 9 meses transcurridos entre el inicio de la guerra en agosto 1914 y la entrada en guerra de Italia en mayo 1915] debía significar que el proletariado, al negar cualquier solidaridad con el Estado burgués, contra el cual el proletariado revolucionario debía estar en guerra permanente y al que no se le debía conceder armisticios, debería oponerse por todos los medios de la lucha de clase a toda participación en la guerra (incluso presentada como guerra de defensa nacional)41. Tras la declaración de entrada en guerra de Italia, la consigna de la “neutralidad absoluta está muerta”42.
- Rechazo de toda solidaridad nacional en la guerra. El proletariado no debe tener escrúpulos en poner a la nación en condiciones de inferioridad militar.43
- Rechazo en la guerra imperialista de toda distinción entre “guerra defensiva” y “guerra ofensiva” (o “de agresión”).44
- Rechazo de toda política de solidaridad nacional en nombre de la “patria en peligro” o de la “defensa del territorio nacional”.45
- El militarismo es una necesidad de las grandes oligarquías industriales y financieras modernas para asegurarse la expansión hacia nuevos mercados (imperialismo). El origen de la guerra es la lucha de los grandes Estados capitalistas que compiten por el predominio político y mercantil del mundo.46
- La responsabilidad del conflicto se debe en igual medida a las burguesías de todos los países, cualesquiera sean los regímenes políticos de los distintos países beligerantes (democráticos, monárquicos o autocrático-feudales), y es indiferente establecer quién haya sido el primero en atacar.47
- El militarismo y la guerra entre las grandes potencias son la expresión y la consecuencia del más moderno desarrollo capitalista e imperialista, y no un efecto de la supervivencia de los regímenes feudales o autocráticos. No existe ninguna oposición entre militarismo y democracia.48
- La guerra es la consecuencia directa de la carrera armamentista y de la política militarista de todas las burguesías europeas.49
- Por la agitación antimilitarista en tiempo de guerra50.
- Rechazo del argumento de los socialistas de derecha a favor de la defensa de la Libertad y la Democracia (encarnada en la nación francesa, que por otra parte estaba aliada al régimen absolutista ruso) contra el militarismo germano (Imperios Centrales). La tesis marxista es que la exacerbación del militarismo es inherente a la democracia moderna imperialista.51
- La lucha de clase y la revolución pondrán fin a la guerra.52
- En tiempo de guerra, como en tiempo de paz, el Estado burgués es el verdadero enemigo del proletariado.53
- Los socialistas no deben dudar la elección entre las alternativas de elegir sacrificar en el “altar de la Patria” su propia fisionomía revolucionaria, o debilitar la nación a la que pertenece, continuando sin escrúpulos su acción específica revolucionaria, porque el socialismo es el partido de la discordia civil, el de la proclamada lucha entre las clases.54
- Rechazo del “principio de nacionalidad” y de toda reivindicación irredentista.55
- Reivindicación, no de la paz burguesa, sino de la nueva Internacional proletaria que acelerará la crisis del mundo capitalista para lograr la realización del programa comunista.56
- Adhesión a la declaración de Liebknecht en el Reichstag en ocasión de su voto contra los créditos de guerra.57
Aunque no llegó a condensar todas estas posiciones en la luminosa y elocuente consigna leninista de “transformación de la guerra imperialista en guerra civil” (la que, sin embargo, estaba implícita en su augurio del 6-8-1914 de que los trabajadores “se sirvan de las armas empuñadas en defensa de la causa del proletariado internacional”), absolutamente todos los argumentos contra la guerra arriba citados de Bordiga forman parte de la construcción teórica y política de Lenin que culminó en la consigna del “derrotismo revolucionario”. En plena crisis del movimiento socialista internacional, Bordiga se inscribió decididamente en el internacionalismo revolucionario defendido por los bolcheviques.
4.- Entre los argumentos esgrimidos por Bordiga contra todo apoyo a la I Guerra Mundial, hay dos de ellos que – aunque pertinentes y válidos en el marco del conflicto europeo 1914-1918 – se alejaban de las posiciones clásicas de Marx, Engels y Lenin.
El primero concierne la afirmación de que el proletariado socialista está en contra de todas las guerras58. Esta consigna era válida en el marco de la guerra en curso y particularmente eficaz en la situación de Italia durante los nueve meses de intervalo entre el desencadenamiento de la guerra y su entrada en el conflicto. Esta consigna equivalía a rechazar tanto la participación en la guerra del lado de la Triple Alianza como de la Triple Entente. Pero, para el marxismo, esta afirmación no es válida “en general”. El proletariado revolucionario no puede estar en contra – sino a favor – de las guerras de liberación nacional de los pueblos coloniales contra el imperialismo, o del proletariado victorioso contra las invasiones imperialistas.
El segundo de estos argumentos marxísticamente cuestionables se refiere a la afirmación que, “sin ir más lejos, la sistematización de las nacionalidades es ya inalcanzable (…) Con la excepción de pocos ejemplos clásicos, las cuestiones de independencia nacional son discutibles”.
Ahora bien, negar toda argumentación de carácter nacionalista para justificar la participación en la I Guerra Mundial (rechazando así el argumento de Mussolini) era marxísticamente correcto, dado que la guerra de 1914-1918 era una guerra interimperialista. Si bien el carácter históricamente dominante de la situación europea antes de 1870 era la lucha por la sistematización nacional de los pueblos, la situación europea posterior a 1871 estaba signada por el moderno desarrollo de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado, a la cual toda otra consideración debía estar subordinada59/60.
La posición defendida por Bordiga negando “en general” toda viabilidad a las luchas nacionales en la época del imperialismo estaba en línea con la de Rosa Luxemburgo. A la argumentación de Bordiga (quien no hizo referencia, sino sólo al pasar, a diferencias entre la situación dominante en Europa y la de los pueblos sometidos al imperialismo y al colonialismo, sin extraer de ella ninguna conclusión sobre la posibilidad histórica de guerras nacionales revolucionarias61), le cabe la crítica que Lenin desarrolló en su artículo “Acerca del folleto de Junius” de julio 1916. En estas polémicas, Lenin tuvo que lidiar también con otros marxistas europeos y rusos de primer orden, como Bujarin, Radek y Piatakov.
El partido socialista desde el inicio de la guerra a la derrota de Caporetto (9-11-1917)
5.- LAS CONFERENCIAS DE Zimmerwald y Kienthal. A nivel internacional, los dos acontecimientos más importantes en los que el PSI tuvo participación fueron las Conferencias de Zimmerwald (5-8/9/1915) y Kienthal (24-30/4/1916)62.
Si bien la mayoría de los partidos socialistas de los países beligerantes habían adherido a las Uniones Sagradas respectivas, embriones de oposiciones emergieron en ellos. En Alemania el grupo Espartaco en torno de Karl Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Leo Jogiches y Franz Mehring. En Francia, el socialista Fernand Loriot y los sindicalistas revolucionarios reunidos en torno de Pierre Monatte y Alfred Rosmer. En Rusia, inicialmente, todas las corrientes obreras se opusieron a la guerra.
Tras el colapso de la II Internacional, el primer intento de reanudar las relaciones entre partidos socialistas europeos ocurrió en septiembre de 1914 entre el suizo y el italiano (ambos en países neutrales hasta ese momento), quienes decidieron convocar a una conferencia internacional de opositores a la guerra que tuvo lugar un año más tarde en Zimmerwald.
La Conferencia de Zimmerwald reunió a socialistas y sindicalistas europeos representantes de partidos o grupos opuestos a la guerra: 10 alemanes63, 2 franceses64, 8 rusos65, 3 polacos66; 4 italianos67; 4 suizos, 2 suecos68, 1 holandés69, 1 rumano70, 1 búlgaro71 y 1 del Bund72.
Toda oposición a la guerra debía posicionarse necesariamente frente a cuatro cuestiones fundamentales: 1) sus causas; 2) actitud ante la Unión Sagrada; 3) significado y objetivo de la lucha contra la guerra; 4) reconstitución del movimiento socialista internacional.
Desmintiendo toda pretensión de presentar a la I Guerra Mundial como guerra de “defensa de la patria”, de la democracia o de los países oprimidos, los participantes a la Conferencia estuvieron unánimemente de acuerdo en denunciar que para todos los Estados beligerantes los objetivos de la guerra eran de naturaleza imperialista y colonialista73. Todos concordaron en denunciar la política de Unión Sagrada”74. Pero a partir, de allí, los delegados estuvieron profundamente divididos en lo relacionado con las dos últimas cuestiones evocadas más arriba.
La izquierda de Zimmerwald, compuesta por 8 delegados, encabezada por Lenin, Zinóviev y Radek, tenía una perspectiva decididamente revolucionaria. Para los bolcheviques, reclamándose de las posiciones adoptadas en el Congreso de Basilea de la II Internacional, el objetivo era transformar la guerra entre los Estados en guerra entre las clases, y hacer palanca en las revueltas de las masas contra la guerra para derrocar el poder de la burguesía y al imperialismo75/76. Los bolcheviques denunciaban como una ilusión pequeño burguesa la idea de que una paz que respetase la libre autodeterminación de los pueblos pudiese ser lograda sin el abatimiento del imperialismo77. Ello exigía como condición sine qua non la constitución de la III Internacional y la ruptura no sólo con el socialchovinismo pro-imperialista descarado, sino también con los congéneres del kautskismo que le ofrecían a aquél una cobertura de clasismo y de marxismo78.
Por otro lado, estaba el grupo mayoritario79, los “semi-kauskistas” (Lenin dixit), quienes podían admitir que se estaba a la vigilia de tormentas revolucionarias, pero para quienes la lucha contra la guerra significaba exclusivamente “luchar por la paz”, por el fin de las hostilidades para volver a la situación de la pre-guerra, al statu quo anterior, a una paz “sin (nuevas) anexiones”. Esta era una posición intrínsecamente pacifista y antirrevolucionaria. Con la “justificación” de los delegados franceses de que la situación no estaba madura psicológicamente para ello; de que las masas no estaban preparadas para escuchar consignas revolucionarias (según el alemán Meyer); del peligro de la represión (según Ledebour); de que “la propaganda socialista siempre estuvo en contra de la violencia” (según un delegado italiano que bien podía haber sido Lazzari, Modigliani o Morgari), todos ellos estaban en contra de la posición bolchevique del “derrotismo revolucionario” y de la “transformación de la guerra imperialista en guerra civil”. De más está decir que todos ellos se oponían a toda escisión en el seno de los partidos socialistas y al llamado a la constitución de una nueva Internacional80.
El tercer grupo, el “centro”, estaba compuesto, entre otros, por Trotsky, Grimm (organizador suizo del encuentro), Angélica Balabanoff y Roland Holst.
Redactada por Trotsky y Grimm, la Resolución final de la Conferencia expresó el mínimo común denominador de las posiciones de los delegados: la reivindicación de una “paz sin anexiones”. En ella se insistía en la responsabilidad de los social-patriotas que apoyaban a los gobiernos imperialistas, pero no se hacía mención alguna de la necesidad de la lucha contra el oportunismo de los Kautsky y congéneres (Ledebour no estaba lejos de esta categoría, y por exigencia suya la Resolución no hizo mención explícita de la necesidad de rehusar el voto de los créditos de guerra), como tampoco de la necesidad de una nueva Internacional ni de la Revolución proletaria como condición indispensable de esa proclamada “paz sin anexiones”. El documento sólo mencionó al pasar la lucha “por el objetivo sagrado del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases sojuzgadas”81.
“En esta situación intolerable, nosotros, representantes de partidos socialistas, de sindicatos y de minorías de estas organizaciones; alemanes, franceses, italianos, rusos, polacos, letones, rumanos, búlgaros, suecos, noruegos, suizos, holandeses, nosotros que no nos situamos en el terreno de la solidaridad nacional con nuestros exploradores, sino que permanecemos fieles a la solidaridad internacional del proletariado y a la lucha de clases, nos hemos reunido aquí para reanudar los lazos rotos de las relaciones internacionales, para llamar a la clase obrera a recobrar la conciencia de sí misma y situarla en la lucha por la paz. (…) Hay que emprender esta lucha por la paz, por la paz sin anexiones ni indemnizaciones de guerra. Pero una paz así no es posible más que con la condición de condenar todo proyecto de violación de derechos y de libertades de los pueblos. Esa paz no debe conducir ni a la ocupación de países enteros ni a las anexiones parciales. Nada de anexiones, ni reconocidas ni ocultas y mucho menos aún subordinaciones económicas que, en razón de la pérdida de autonomía política que entrañan, resultan si cabe todavía más intolerables. El derecho de los pueblos a disponer de sí mismos debe ser el fundamento inquebrantable en el orden de las relaciones de nación a nación”.
La Resolución fue votada por unanimidad82. Para la izquierda de Zimmerwald lo fundamental en aquel momento era que el proletariado de los países en guerra supiese que existía un sector del movimiento obrero internacional que llamaba a la lucha de clases más decidida contra la guerra, y que denunciaba la connivencia de los socialpatriotas con el imperialismo.
Con el pasar de los meses, y a pesar de todas las maniobras obstaculizadoras de la burguesía imperialista y de los partidos social-patriotas, la repercusión de la Resolución de la Conferencia de Zimmerwald fue enorme83. Una luz, aún pequeña, pero prometedora, se encendía en el horizonte de la matanza generalizada que enfrentaba a millones de hombres en los campos de batalla.
La segunda Conferencia se reunió casi 8 meses más tarde en Kienthal, con la participación de 44 delegados84.
Una vez más, las posiciones de la izquierda de Zimmerwald85 fueron minoritarias, y sólo 12 delegados las apoyaron, incluyendo a Angélica Balabanoff y a Serrati (en el caso de este último su trayectoria ulterior demostrará que se trató de un error de casting que le servirá para reivindicar ulteriormente una no merecida etiqueta de revolucionario).
El Manifiesto de Kienthal y las Resoluciones de la Conferencia se inscribieron esencialmente en la trayectoria de las decisiones de la de Zimmerwald, aunque fueron más allá en algunas de sus conclusiones: lucha por imponer a los gobiernos la paz inmediata sin (nuevas) anexiones; por el restablecimiento de las libertades cercenadas durante el conflicto; por el fin de la Unión Sagrada y de los votos socialistas a los créditos de guerra; reafirmaron que la razón de ser del conflicto era el reparto del mundo y de las posesiones coloniales; afirmaron que la lucha del proletariado contra la guerra no podía depender de la situación militar de los países beligerantes; y fueron en el sentido de las decisiones del Congreso de Basilea al proclamar que “el objetivo (de una eventual acción vigorosa del proletariado internacional contra la guerra) es el derrocamiento de la dominación capitalista”, lo que permitiría “acelerar el fin de la guerra e influenciar las condiciones de la paz”, añadiendo que la guerra misma creaba las condiciones de la Revolución proletaria86.
Si bien la Conferencia denunció claramente la capitulación del Buró Socialista Internacional (el órgano dirigente de la II Internacional) y la connivencia de su presidente (Vandervelde) con la política chovinista y pro-imperialista, la Resolución no cerró completamente la puerta a una reanudación de las relaciones internacionales en el marco de la Internacional Socialista87. Los bolcheviques, cuyo objetivo era la fundación de una nueva Internacional, no podían aceptar semejante perspectiva que tendía a un retorno a la situación prebélica del movimiento socialista88.
6.- Para la reconstitución de un movimiento revolucionario internacional, las Tesis que Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht enviaron a la Conferencia89 pusieron el acento en
- la denuncia de los objetivos imperialistas y colonialistas exclusivos de la guerra mundial;
- la afirmación de la bancarrota definitiva de la II Internacional y de sus desastrosas consecuencias sobre el movimiento obrero internacional y el socialismo;
- la acusación de la responsabilidad que en la continuación de la guerra incumbía a la traición de los partidos socialistas nacionales por su adhesión a la Unión Sagrada y su abandono de la lucha de clases;
- la afirmación de que sólo la capacidad de acción política y la voluntad revolucionaria del proletariado podría contrarrestar la política imperialista y obrar por la paz, y que la consigna del proletariado revolucionario debía ser “Guerra a la guerra»;
- la convicción de que era “una necesidad vital para el socialismo construir una nueva Internacional obrera que asuma la dirección y la unificación de la lucha de clases revolucionaria contra el imperialismo en todos los países”, y que debería ser “una fuerte organización internacional dotada de una visión homogénea de sus intereses y tareas, de una táctica homogénea y de capacidad de acción política tanto en la paz como en la guerra”.
Según estas Tesis, para cumplir con sus tareas históricas, la nueva Internacional debería basarse en los siguientes principios:
- en cada país, “el proletariado internacional no puede renunciar, ni en la guerra ni en la paz, a riesgo de suicidarse, a la lucha de clases y a la solidaridad internacional” y a “combatir al imperialismo”;
- la nueva Internacional debería “decidir en la paz acerca de la táctica de las secciones nacionales en cuestiones de militarismo, política colonial, 1º de mayo y además sobre toda la táctica a seguir en (caso de) guerra”; sus decisiones serían obligatorias y debería “asegurar la conexión internacional de las acciones de masas”.
Las Tesis afirmaban además que “[en] esta era de imperialismo desatado ya no puede haber guerras nacionales. Los intereses nacionales sirven únicamente como pretexto para poner a las masas populares al servicio de su enemigo mortal: el imperialismo”. Esta tesis será combatida por Lenin, quien defendió decididamente el “derecho a la autodeterminación de las naciones” y la posibilidad y necesidad histórica de las guerras nacionales revolucionarias contra el imperialismo y el colonialismo90/91.
La segunda afirmación cuestionable de las Tesis de Rosa Luxemburgo era que “la derrota o la victoria en la presente guerra mundial serán por igual una derrota para el socialismo y la democracia. Sea cual sea su resultado – exceptuando la intervención revolucionaria del proletariado internacional – conducirá al reforzamiento del militarismo, de los antagonismos nacionales, de las rivalidades económicas a escala mundial”. La posición de Lenin, por el contrario, consistía en afirmar que la derrota de la burguesía propia y la de su Estado, su debilitamiento pues, creaba las mejores condiciones para llevar adelante la lucha revolucionaria y el asalto al poder.
Trotsky no pudo participar en la Conferencia de Kienthal, pero envió un Proyecto de Manifiesto reafirmando la necesidad de una nueva Internacional y la movilización revolucionaria contra la sociedad burguesa y contra la guerra92.
La Dirección del Partido socialista italiano, por su parte, se inscribirá en la línea no revolucionaria de “la lucha por la paz”.
El PSI y las perspectivas de salida de la guerra
7.- Seis meses después del inicio de la Revolución rusa de febrero 1917, cuando ya era evidente la presencia del fermento de revuelta social contra la guerra, la Santísima Trinidad del socialismo italiano (la Dirección del Partido, el Grupo parlamentario y la CGdL) concordaron un Manifiesto “por la paz y para la posguerra”93, con un programa que excluía toda perspectiva revolucionaria, expresando así el anhelo pequeño-burgués de un retorno a la situación prebélica debidamente “mejorada” y expurgada de factores “indeseables”, lo que hubiera permitido volver a la política basada en práctica reformista de antaño (desgraciadamente troncada por el militarismo…). Su objetivo era retornar a los “buenos tiempos de antaño”, como si nada hubiese sucedido, como si la guerra no hubiera sido la consecuencia ineluctable del capitalismo llegado a su fase imperialista, ese mismo imperialismo que la Conferencia de Zimmerwald, de manera unánime, con la aprobación del reformista Modigliani y del intransigente Lazzari, había denunciado como responsable directo del conflicto mundial. El PSI se mantuvo fiel a las posiciones pacifistas que le eran consustanciales. Como bien lo expresó Cartiglia: “En el fondo, en el período 1915-1918, se puede decir que el Partido socialista estuvo siempre contra la guerra por la misma razón por la cual estuvo siempre contra la revolución”94.
En el orden internacional, como modo de asegurar “una paz real, durable y justa”, el PSI propugnaba oficialmente un utópico y angelical “desarme inmediato y simultáneo de los Estados” y “la instauración de relaciones jurídicas confederales entre todos los Estados civiles”, a lo cual las potencias imperialistas y coloniales hubieran debido plegarse, sin revolución mediante, pero como efecto milagroso “de la fuerza, la capacidad y la voluntad decidida” de las clases trabajadoras.
En el orden interno, y “a la espera de la preparación de la completa emancipación económica de las clases trabajadoras”, ese Programa fijaba como objetivos una serie de reformas institucionales, políticas y económicas de la sociedad y del Estado burgués95.
Haciendo eco al inicio de la Revolución rusa (febrero 1917), la acción de la Izquierda Intransigente asumió rasgos revolucionarios nítidos. En la Convención clandestina del PSI en Roma del 25 y 26 de febrero, el enfrentamiento entre la Izquierda y la Dirección del PSI fue tajante. En esta reunión, contra la moción de centro-derecha de carácter democrático-burgués, Bordiga defendió la perspectiva de la conquista revolucionaria del poder por el proletariado como desemboque de la guerra en curso.
Índice de una radicalización de la base socialista, la moción Bordiga tuvo la aprobación de 14.000 delegados contra los 17.000 obtenidos por la moción de centro-derecha. La Federación Juvenil Socialista se declarará en su gran mayoría por la moción de la Izquierda Intransigente96.
En pleno proceso revolucionario en Rusia, y tras las grandes movilizaciones de mayo-agosto 1917, la Izquierda Intransigente tuvo un amplio eco en las bases militantes. El Congreso de la FJSI del 23-24 de setiembre aprobó una Moción que saludaba calurosamente a la Revolución rusa, en la cual veía “el triunfo de las ideas revolucionarias”, afirmando que la misión de los jóvenes socialistas era “trabajar en el seno del movimiento proletario para encender la lucha revolucionaria”, añadiendo: “(…) así como la revolución rusa sólo pudo alcanzar su triunfo plenamente socialista [en esto la Moción se adelantaba varias semanas al triunfo de Octubre, ndr.] a través de la lucha contra el gobierno burgués y contra el socialpatriotismo, así también en todos los otros países puede triunfar la táctica revolucionaria a través de la lucha más áspera contra el socialpatriotismo en su propio país”. Desestimando los consejos de moderación de Lazzari, la Moción de la Izquierda – reclamando la expulsión de Turati, la disolución momentánea del GPS y nuevas normas disciplinarias restringiendo su autonomía – obtuvo la mayoría aplastante de 7.000 votos contra sólo 700 abstenciones. Bordiga fue nombrado director de L’Avanguardia 97.
El enfrentamiento político dentro del PSI se agudizaba, reflejando una situación social cada vez más incandescente. El 18-5-1917, explícitamente contra el Programa del PSI adoptado diez días antes por la Santísima Trinidad, la posición de la transformación de la guerra imperialista en lucha por la Revolución estaba claramente proclamada por la Izquierda Intransigente:
«Los socialistas de cada país deben dedicar sus esfuerzos a terminar con la guerra, incitando el proletariado a tomar conciencia de su fuerza y a provocar con su acción de clase intransigente el cese inmediato de las hostilidades, tratando de convertir la crisis en el logro de los objetivos revolucionarios del socialismo«.
«En el período posterior a una eventual paz de los gobiernos burgueses, el Partido socialista deberá proseguir sus esfuerzos con la propaganda incesante entre las masas obreras para prepararlas a la realización de su programa máximo, abandonando definitivamente toda ilusión sobre los beneficios de las reformas que se puedan lograr en el régimen burgués a través de colaboraciones más o menos larvardas con las clases que detentan el poder«.98
Aunque la perspectiva general de la Izquierda Intransigente ya era entonces claramente revolucionaria, la debilidad de su planteamiento residía, en primer lugar, en que el PSI no era un partido revolucionario, como lo demostraba la presencia y la influencia paralizante de una fuerte corriente reformista en su seno, y la posición pacifista y reformista de su Dirección; y, en segundo lugar, en que ella misma ni siquiera estaba organizada aún como Fracción con una común base programática, estratégica y táctica (tal como lo demostrarán las futuras divisiones internas en esta corriente, sobre todo en relación a la cuestión fundamental de la escisión organizativa para con todo el reformismo99.
En un primer intento por superar ese hándicap, con la mira puesta en la preparación del XV Congreso del Partido, en agosto de 1917 algunas secciones y federaciones (Milán, Turín, Florencia, Nápoles, entre otras) dieron a conocer una Circular para la creación de la “Fracción Intransigente Revolucionaria” (FIR)100. El documento expresaba una real voluntad de lucha contra la burguesía y el reformismo, sin olvidar a la Dirección cuya preocupación central era “no hacer olas” para que el Partido, de manera unitaria, sin dejar por el camino a ninguna de sus componentes, pudiese atravesar la tormenta de la guerra sin muchos daños ni sobresaltos, y volver a navegar en las aguas supuestamente tranquilas de la democracia parlamentaria101.
Afirmando la necesidad de “discutir y señalar los errores y las deficiencias de los órganos directivos del Partido y del Grupo parlamentario”, de “precisar ante todo las mutadas condiciones del ambiente y de lucha, y de trazar las grandes líneas de la acción futura” para poder enfrentar “acontecimientos resolutivos decisivos que no deben encontrarnos inertes y desprevenidos”, el Comité directivo de la Fracción detalló los conceptos que estaban a la base de su formación:
- haciendo referencia implícita a los acontecimientos de mayo-agosto en Lombardía y el Piamonte [§II-8], afirma contra la Santísima Trinidad que “no se deben desconocer y aún menos desautorizar, por inoportunas preocupaciones acerca de la “delicada situación presente”, a movimientos de las masas que son por cierto síntomas reconfortantes, anunciadores quizá de los acontecimientos grandiosos que en Rusia ya gravan surcos profundos en el camino de la historia y de la sociedad”;
- “rechazo del concepto y del sentimiento de patria burguesa”;
- afirmación de que “toda la acción socialista debe desarrollarse EXCLUSIVAMENTE en el terreno de la lucha de clase, con una táctica estricta y sinceramente revolucionaria”, rechazando toda alianza con fracciones de la burguesía en la lucha “por la paz y contra el régimen capitalista”;
- la reafirmación de que “la violencia es la partera de todas las viejas sociedades grávidas de otra nueva, siendo el instrumento con el cual se realiza el movimiento histórico y se quiebran las formas políticas fosilizadas y muertas”;
- proclama “el derecho del proletariado de todos los países a instaurar su propia dictadura”; y
- “previendo eventuales movimientos (sociales) como consecuencia natural de la crisis bélica y del malestar moral y material que se extiende y se agrava cada vez más”, la Fracción “se propone seguir y guiar las agitaciones con contenido revolucionario para coordinarlas y conducirlas con el propósito de imponer la paz inmediata y proseguir la lucha contra todas las instituciones burguesas, no sólo en el terreno político, sino también por medio de las formas socialistas de la expropiación capitalista”.
Esta Circular del FIR terminaba afirmando la convicción de interpretar el espíritu revolucionario de la gran masa socialista y su fe en los destinos del Partido socialista; y concluía: “Sentimos que se acerca la gran prueba, que está por comenzar la hora decisiva; y os convocamos a actuar, a costa de cualquier sacrificio, avanzando siempre, por el socialismo”. Sin embargo, la Moción no hacía referencia a la necesidad de una escisión.
8.- Durante todo el período de la guerra, la dirección mayoritariamente “intransigente” del Partido se mantuvo en la posición de no adherir a la Unión Sagrada, cuidándose al mismo tiempo de no dejarse involucrar en movimientos sociales que pudiesen cuestionar el esfuerzo bélico.
En cuanto al reformismo, la declaración de guerra dio lugar a su inmediata y solapada movilización en su apoyo. Además de la propuesta de buenos servicios de Turati al Gobierno de Salandra [§II-2], en marzo de 1916 el diputado Dugoni declaró en el Parlamento que los socialistas, con su actividad, no solamente no saboteaban a la Patria, sino que “la ayudaban a vencer”, “favoreciendo el éxito de la causa que rechazaban en el terreno político”; y el diputado Casalini proclamó que el Partido no tenía la intención de obstaculizar las operaciones militares, sino “la eventualidad de movimientos impulsivos de las masas”102. Contemporáneamente, las administraciones de las comunas dirigidas por socialistas (reformistas en su mayoría) desarrollaron una política local de Unión Sagrada que el Partido rechazaba públicamente en el Parlamento103. En cuanto a las organizaciones sindicales, éstas pasaron a integrar, junto a la patronal y a las autoridades gubernamentales, los Comités de Movilización Industrial, es decir, las estructuras paritarias de militarización de la mano de obra asalariada104.
A partir de 1917 la Izquierda Intransigente encontró un terreno favorable para la propaganda y la agitación contra la guerra. En la primavera de ese año, la Revolución rusa de febrero tuvo repercusiones inmediatas y directas en Alemania e Italia, generando movilizaciones que culminaron provisoriamente en el mes de agosto, con réplicas en el último trimestre del año105/106. Al igual que en todos los países beligerantes, la guerra provocó un agudo incremento de la carestía de la vida y de la escasez de alimentos, agudizando una situación de tensión extrema ya existente en la población trabajadora107. En el lapso de pocos meses, de la agitación de Milán en abril-mayo y de Turín en julio-agosto hasta el desastre de Caporetto en el mes de octubre, se generó una situación con todos los ingredientes que habían dado inicio a la Revolución rusa.
La explosión social comenzó como consecuencia directa de la escasez de pan (y, por si fuese poco, de pésima calidad), involucrando a las grandes ciudades industriales del Norte de Italia, explosión que tuvo su momento culminante en el mes de agosto en Turín. El movimiento de protesta comenzó en la región de Milán (Legnano) el 23-4 con una huelga de centenares de mujeres que se extendió -en reclamo de mejores salarios, contra la escasez de alimentos y por el fin de la guerra- a otras fábricas y lugares de trabajo en Lissone, Castiglione, Gallarate, Rho y Monza, en medio de cantos revolucionarios y la reivindicación de una paz inmediata. Ya para entonces, la Revolución rusa de febrero comenzaba a proyectarse en el imaginario proletario, con frecuentes exclamaciones de “¡Viva Lenin!” y “¡Hay que hacer como hicieron los rusos!”. En Milán, el 1° de Mayo, a pesar de la prohibición de manifestaciones públicas, miles de trabajadores convergieron en un acto convocado por la Sección socialista y la Camera del Lavoro, transformándose en una manifestación con decenas de miles de trabajadores y la participación masiva de mujeres y niños provenientes de los suburbios que desfilaban con banderas rojas reclamando “Pan y Paz”. En los días siguientes, con gran protagonismo de las mujeres, las manifestaciones y las huelgas se multiplicaron por toda la región. Recién el 6 de mayo el movimiento se extinguió. Entretanto, del 2 al 5 de mayo, los reformistas de Milán, con Turati a la cabeza108, habían logrado que la Sección socialista y la Camera del Lavoro (divididas y paralizadas por el enfrentamiento interno entre reformistas e intransigentes de izquierda) decidiesen … no tomar decisión alguna, y que el día 4, al igual que la CGdL, la Camera decidió la abstención de cualquier intervención en los movimientos en curso. A su vez, la Dirección del Partido, fiel a su consigna de “No sabotear”, se lavó las manos, frustrando la posibilidad de darle una dimensión política al primer gran movimiento de masas contra la guerra109.
En Turín el movimiento partió espontáneamente de las fábricas, iniciado por obreras de una fábrica de municiones, se extendió por otros establecimientos fabriles, y fueron reprimidos con muertos y heridos. En la primera quincena de agosto esta situación tendió a generalizarse en los barrios obreros y fabriles. El 22 de agosto la ciudad quedó completamente sin pan. La huelga general se inició de manera espontánea y los trabajadores, clamando consignas revolucionarias110, convergieron en la Camera del Lavoro de la ciudad. La masa estaba totalmente desprovista de dirección. Una delegación fue enviada a Milán para solicitar a la Dirección del Partido y a la CGdL la extensión del movimiento, lo que le fue denegada111. El 22 por la tarde comenzó el saqueo de negocios de alimentación y se erigieron barricadas que buscaban proteger los barrios obreros. Espontáneamente, la huelga general comenzó el 23 en Turín y en otras localidades de la provincia, dando lugar al saqueo e incendios de iglesias, al izado de banderas rojas, al asalto de armerías. Las casernas se llenaron de detenidos, violentamente aporreados por la policía. El Ejército buscó aislar entre sí a los dos centros de la revuelta (el Borgo S. Paolo y Barriera di Milano). Se dio por lo menos un caso de fraternización entre los soldados y la multitud, cuando un reparto de soldados alpinistas, tras recibir la orden de hacer fuego, consignaron sus fusiles a los obreros. Las masas, que clamaban “¡Queremos pan!”, “¡Abajo la guerra!”, “¡Queremos la paz!”, “¡Basta de trincheras!”, continuaban estando sin directivas precisas de los partidos políticos que estaban completamente sobrepasados por los acontecimientos. La multitud tomó por asalto una Comisaría y se dirigió enardecida al Centro de la ciudad. El contraataque militar, abriendo fuego con ametralladoras desde los techos y con blindados pertrechados con ametralladoras, fue de una violencia descomunal e indiscriminada, provocando muertos y heridos (cuyo número no fue mayor gracias a la colaboración de los vecinos que dieron refugio a los manifestantes). Los enfrentamientos continuaron con la participación de pequeños grupos de combatientes, y se dio el caso de mujeres desarmadas que impidieron con sus cuerpos el avance de los tanques. La huelga general continuó el sábado 25, pero el Ejército acrecentó su control de la ciudad y su periferia. Ya para entonces era evidente para las masas el aislamiento en que se encontraban. Un intento de fraternización con un pelotón de soldados (aunque es posible que fuesen policías con uniforme militar) terminó con tres muertos y numerosos heridos. El domingo 26 el motín se había extinguido y las autoridades militares dieron la orden de sepultar incluso a los muertos sin identificar112, en tanto que una multitud de miles y miles de personas esperaban poder entrar en la cámara mortuoria del cementerio para eventualmente identificar a alguien conocido. Fue en ese preciso momento que el PSI y la CGdL dieron la orden de poner fin a la huelga general.113/114
La represión ulterior sobre las masas trabajadoras de Turín fue durísima. Las detenciones se prolongaron durante un mes e involucraron a centenares de inculpados. Recién en febrero de 1919 una amnistía liberó a los condenados y detenidos por aquellos hechos. Centenares de obreros fueron movilizados y enviados al frente. Fue así como aquellos sucesos fueron conocidos en toda Italia, dentro del Ejército y festejados por los soldados, y su influencia en las casernas tendrá consecuencias directas en la débacle de Caporetto.
El PSI y la debacle de Caporetto
9.- La guerra entre Italia y los Imperios Centrales tuvo como escenario los Alpes Orientales, y como objetivo militar la conquista de Trieste (bajo dominación austríaca, cuya población era en su mayoría italiana). De junio 1915 a junio 1916 el Ejército italiano había efectuado 10 ofensivas infructuosas extremadamente mortíferas, con aproximadamente 500.000 bajas italianas entre muertos y heridos. Los acontecimientos de Milán de mayo de 1917 fueron casi simultáneos con la 10° ofensiva (del 18-5 al 18-6-1917), la que provocó alrededor de 157.000 bajas italianas (de las cuales 35.000 víctimas mortales). Del 18-8 al 15-9 tuvo lugar la 11° ofensiva, no menos infructuosa que las anteriores, con un saldo de 160.000 bajas.
Tras más de dos años de guerra, las esperanzas en una rápida victoria se habían esfumado definitivamente. Las innumerables bajas (con su cortejo de muertos, heridos y lisiados115) provocadas por las reiteradas ofensivas infructuosas, las terribles condiciones materiales y militares con su cortejo de sufrimiento y penurias, habían minado definitivamente la moral de la tropa. El espíritu de revuelta y de protesta, e incluso de insubordinación generalizada y de amotinamientos, la deserción en masa de soldados (duramente reprimidos con ejecuciones sumarias), el asesinato de oficiales y de guardias civiles (los cuales cumplían la función de policía militar), ya estaban presentes en las filas del Ejército. Fue en ese contexto que las noticias de los movimientos obreros de Milán y Turín contra la guerra comenzaron a conocerse entre los soldados y que el Estado Mayor austro-alemán preparó y desencadenó su primera gran ofensiva contra las líneas italianas.
La Batalla de Caporetto tuvo lugar entre el 24 de octubre y el 9 de noviembre de 1917. El día 25 el frente italiano se desmoronó y las tropas austro-alemanas avanzaron rápidamente, ocupando Udine y gran parte del Véneto, llegando a 40 km de Venecia. En medio de la desbandada general, el Estado Mayor italiano ordenó un repliegue hasta el río Piave. Fue allí donde la ofensiva se detuvo116.
Las pérdidas italianas fueron terribles. El Ejército italiano perdió la mitad de sus efectivos; hubo 40.000 muertos y heridos, 300.000 militares italianos fueron hechos prisioneros, además de una deserción masiva de soldados (estimada entre 100.000 y 350.000 desertores). Las pérdidas materiales fueron importantísimas: la mitad de su artillería (3.150 cañones), 3.000 ametralladoras, 300.000 fusiles, 73.000 animales de carga, 2.500 automóviles e importantes cantidades de municiones y víveres. El caos fue aún mayor con 400.000 civiles que huyeron de la región ocupada.
El desastre de Caporetto sacudió y estremeció a toda la clase dirigente italiana117. Las condiciones objetivas (movilizaciones obreras contra la guerra, deserciones masivas y clima de insubordinación de la tropa, crisis en las esferas del Estado) eran propicias para llevar decididamente adelante una política de derrotismo revolucionario, tal como lo habían hecho los bolcheviques, embocando así el camino (largo o corto que podría haber sido) de la victoria de la revolución proletaria y del fin de la guerra, victoria que, en ese mismo momento, el Partido bolchevique conseguía en Rusia con el apoyo de los soviets de obreros y soldados.
En Italia, como en Rusia, los soldados eran en gran mayoría campesinos. El Estado había conformado su infantería con el 60% del total de la mano de obra agrícola del país. Ninguna corriente del socialismo italiano (como tampoco de la socialdemocracia occidental) tuvo jamás conciencia de la necesidad de establecer un programa agrario que pudiese liberar al campesinado pobre de la explotación del terrateniente y del usurero), para poder activamente arrastrarlo en su propia lucha contra el poder burgués118.
Pero fue precisamente en esa situación crítica para todo el Orden burgués que el reformismo y la Dirección del Partido socialista favorecieron -abierta u objetivamente, voluntaria o involuntariamente, consciente o inconscientemente, según el caso- la consolidación del Estado, la del Ejército y la política de guerra.
El reformismo, con la coherencia que siempre lo caracterizó, proclamó su ya anunciado e inmediato apoyo a la movilización nacional “en defensa de la Patria en peligro”. El grupo de diputados socialistas, junto a los otros grupos parlamentarios, votó un orden del día llamando a la concordia nacional y a la “fusión de todas las energías para enfrentar la invasión enemiga”. Varias municipalidades socialistas (Milán y Boloña, entre otras) afirmaron abiertamente posiciones nacionalistas. Dirigentes sindicales (entre los cuales estaba el secretario de la Federación Metalúrgica) concluyeron acuerdos con el gobierno para asegurar la paz social y la producción fabril. Y el Secretario General de la CGdL, Rigola, escribió el 1° de noviembre en el Boletín de la Confederación: “Por culpa de los vergonzosos errores del Gobierno, el pueblo italiano debe aunarse en un supremo esfuerzo de voluntad para rechazar al invasor. Podemos filosofar cuanto se quiera sobre la estupidez (¡sic!) de la guerra, podemos rechazar toda y cualquier solidaridad con quienes la han querido; pero cuando el enemigo pisotea nuestro suelo tenemos un único deber, el de resistirle. Y este deber lo deben sentir los socialistas opuestos a la guerra aún antes que todos los demás (…)”.
Tanto el Avanti! como la Dirección del Partido adoptaron una posición ambigua, lo que siempre será la marca de fábrica del maximalismo italiano: rehusar la colaboración de clases, y no mover un dedo para preparar, organizar y llevar adelante la lucha por objetivos revolucionarios, al mismo tiempo que trataba de impedir que las masas y el ala revolucionaria del socialismo lo hicieran. Frente a la situación vigente como consecuencia del desmoronamiento del frente militar, ambos pusieron en guardia contra el accionar de todos aquellos que, “con acciones individuales [es decir, fuera de la línea oficial de “No adherir, ni sabotear”, ndr.], de cuya sinceridad tenemos argumentos como para dudar, están comprometiendo a nuestro movimiento en detrimento evidente de la futura acción de clase internacional”119. Pero como aquel binomio en ningún momento llamó ni obró en el sentido de la movilización de masas contra la guerra, su declaración equivalía al respeto del statu quo.
Por otro lado, la movilización de la corriente revolucionaria (que había obtenido el apoyo del 45% de los delegados a la Convención del Partido del mes de febrero [§II-7]) y la fuerte presión -incluso física- de sus militantes sobre la Dirección y Lazzari, impidieron que el Grupo parlamentario votase formalmente el apoyo al Gobierno y a los créditos militares, e hizo que -dentro de ciertos limites- endurecieran la oposición al Gobierno120/121/122. Pero la verdadera posición de la mayoría del GPS fue expresada por Turati cuando el 23-2-1918 pronunció un discurso en el Parlamento afirmando que, “Incluso para los socialistas, la patria está sobre el Grappa”123. El 16 de junio de 1918, durante la ofensiva del Piave, y provocando una memorable manifestación patriótica de todos los diputados, Turati llamó a la unidad nacional por encima de las divisiones partidarias y de las clases (y su discurso fue masivamente difundido por el Gobierno entre los soldados)124.
El PSI frente a la Revolución Rusa
10.- La victoria de la Revolución de Octubre fue un punto de inflexión decisivo y el terremoto que trastocó hasta sus cimientos el curso de la guerra y la Historia del movimiento socialista internacional.
La Revolución de Octubre fue la prueba, en los planos teórico y práctico, de la validez del marxismo revolucionario. Octubre 1917 fue la confirmación del indispensable papel dirigente del Partido de la clase revolucionaria para la imprescindible vía insurreccional de la conquista del poder; de la necesidad de la destrucción violenta del Estado de las clases dominantes y la creación de nuevos órganos de poder (en este caso basado en los soviets), para que la clase obrera pueda instaurar su propia dictadura; de la necesidad de la lucha por derrocar y pasar por encima de los escombros de la democracia burguesa bajo todas sus formas (parlamentarismo, Asamblea Constituyente) para conquistar, conservar y defender el poder proletario. Todas estas posiciones eran fundamentos basales del marxismo restaurados por Lenin en “El Estado y la Revolución” contra las deformaciones del oportunismo socialdemócrata.
La Revolución de Octubre fue la confirmación práctica de la justeza de la estrategia internacionalista y de la táctica en las revoluciones antifeudales preconizadas por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista de 1848 y en el “Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas” de 1850 (en vísperas de la revolución contra las estructuras políticas y sociales feudales en la Alemania de aquella época, la que hubiera debido ser el detonador de la ola revolucionaria continental): tomar impulso y apoyarse en las conquistas políticas y sociales proletarias resultantes de la participación activa en la revolución antifeudal para “hacer la revolución permanente hasta que sea descartada la dominación de las clases más o menos dominantes, hasta que el proletariado conquiste el poder del Estado, hasta que la asociación de los proletarios se desarrolle, y no sólo en un país, sino en todos los países dominantes del mundo, en proporciones tales que cese la competencia entre los proletarios de estos países, y hasta que por lo menos las fuerzas productivas decisivas estén concentradas en manos del proletariado”.
Con esta misma visión internacional, los bolcheviques hicieron de la Revolución de Octubre la plataforma de lanzamiento de la revolución mundial, con el llamado a la fundación de la III Internacional, que en principio debía estar desembarazada de las escorias reformistas.
La Revolución de Octubre validó la posición de principio y la estrategia bolchevique frente a las guerras imperialistas: rechazo de todo apoyo proletario a la guerra, cualquiera sea el Estado o el frente beligerante; ninguna alianza con un Estado burgués; derrotismo revolucionario; transformación de la guerra imperialista en guerra civil.
La Revolución de Octubre fue una revolución proletaria y socialista, no por las transformaciones sociales y económicas logradas en los límites del ex Imperio ruso, las que no podían exceder el marco del mercantilismo capitalista por el atraso del desarrollo social y económico del país (tal como lo previó Lenin desde el establecimiento mismo de la estrategia y del programa del Partido bolchevique a inicios del Siglo XX), sino por la política que el partido de clase imprimió al Estado soviético en función de los intereses de la revolución anticapitalista mundial.
Semejante cataclismo, de máxima magnitud, tuvo una influencia determinante en la evolución y maduración a marcha forzada tanto de la lucha política en el seno del socialismo italiano como de la FIR.
11.- Por boca de Turati, el reformismo saludó en la Revolución democrático-burguesa de febrero 1917 un remake de la Revolución francesa de 1789-1793, augurando que fuese el prolegómeno de la caída de la Monarquía alemana y que se repercutiese “en beneficio de la guerra (!) y de la paz”125. La preocupación del reformismo era evaluar cómo la Revolución de febrero podía llegar a incidir en el reforzamiento bélico de la Entente, en la disminución de la presión militar en el frente italiano, en el debilitamiento de los Imperios Centrales (no tan democráticos, ellos, contrariamente ahora a todos los beligerantes de la Entente), excluyendo todo paralelismo entre la Rusia atrasada y la Italia (política e industrialmente tan avanzada…)126. Un editorial de la CGdL, por su parte, saludaba “la caída irrevocable del viejo régimen en Rusia”, pero se apresuraba en añadir (para no sugerir ideas “poco convenientes”) que “no puede ser proletaria” y que “es inevitable que la dirección de la cosa pública permanezca en manos de la burguesía”127.
Dos semanas separaron la debacle de Caporetto (que movilizó a todo el reformismo en defensa del esfuerzo de guerra) y la victoria de la Revolución de Octubre (que se apoyó en el derrotismo revolucionario de los bolcheviques, del proletariado y del campesinado ruso en uniforme). Nada fue más lógico que la Revolución de Octubre, y con ella el derrocamiento de la democracia burguesa con la disolución de la Constituyente, provocase la oposición inmediata del reformismo y su solidaridad con los mencheviques. Esta alineación anti bolchevique ya había sido proclamada en la defensa del Gobierno provisorio de Kerenski contra los “extremistas rusos”128. Los reformistas italianos estaban menos preocupados por el futuro de la Revolución proletaria en Rusia que por el hecho de que ésta no provocase el desplazamiento revolucionario del proletariado italiano.
El reformismo consideró inoportuna la conquista del poder por parte del proletariado ruso, afirmando la imposibilidad de que un país tan atrasado estuviese preparado para la instauración del socialismo, e hizo suya las posiciones del menchevique internacionalista Martov, quien después de la Revolución de Octubre sostenía la incompatibilidad de su corriente con el poder bolchevique a causa del supuesto “carácter utópico del movimiento leninista que busca introducir el colectivismo en una Rusia atrasada económicamente contra la voluntad de la mayoría del pueblo”, y porque “la política extranjera de Lenin, inspirada en el deseo de lograr inmediatamente la paz, prometida a los soldados, asume un carácter contrario a las concepciones internacionalistas de paz democrática”, lo que hacía que esta corriente se siéntese “obligada a tenerse lejos de esta supuesta dictadura proletaria y a luchar contra este régimen de terror”129. Los reformistas italianos además condenaron abiertamente la Paz de Brest-Litovsk por ser una paz “separada y humillante”, declarándose, por el contrario, a favor de una “paz general y de justicia par todos los pueblos”130 (y, mientras tanto, los pueblos hubieran debido seguir degollándose sin chistar en beneficio de los imperialismos respectivos).
12.- La Revolución rusa tuvo un eco inmediato en las masas y en las bases socialistas, ya predispuestas a acciones revolucionarias por la evolución de la situación italiana y por el curso mismo de los acontecimientos en Rusia131. Sin que ello repercutiese concretamente en su propia orientación política, incluso luego de la Revolución de Octubre la Dirección del PSI no dejó de expresar una solidaridad genérica con los “compañeros rusos”132.
La posición del Avanti!, dirigido por Serrati, tuvo una evolución compleja y llena de equívocos, no sólo imputables a la dificultad para la llegada de noticias de Rusia. En una primera fase, el corresponsal ruso del periódico fue Vasilij Vasilevitch Suchomlin (“Junior”), alineado con los mencheviques y los socialistas revolucionarios (s-r, representantes del campesinado revolucionario ruso) que se conformaron en un primer tiempo con sostener al Gobierno provisional a la espera de la convocación de la Asamblea Constituyente, en oposición al Partido bolchevique que exigía la toma del poder por los soviets y la instauración de la dictadura del proletariado y del campesinado. En este período, Serrati – aferrado a esa “intransigencia” que era el punto central de toda su política – expresó una solidaridad genérica con los bolcheviques, quienes no apoyaban al Gobierno provisorio burgués133.
En una segunda fase, Junior apoyó la entrada a inicios de mayo de los mencheviques y s-r en el Gobierno provisorio de coalición dirigido por el príncipe Lvov con la participación de seis ministros socialistas (con Kerenski como Ministro de la Guerra y el s-r Viktor Tchernov como Ministro de la Agricultura)134/135. No sorprende pues que en el mes de junio su colaboración con el periódico socialista fuese bruscamente interrumpida.
La tercera fase del Avanti! ante la Revolución rusa se inicia con las contribuciones del ruso “Ing.”, y particularmente de Angélica Balabanoff, la militante ítalo-ucraniana que había viajado a Petrogrado para participar en la Revolución y se había alineado con los bolcheviques. A través de esas correspondencias, el nombre de Lenin y las posiciones bolcheviques ocuparán cada vez más espacio en el periódico socialista. A partir de allí, el apoyo público de Serrati al bolchevismo se hará cada vez más insistente, dando inicio a un malentendido que tendrá consecuencias funestas en la formación de una alternativa revolucionaria no sólo al reformismo, sino también al centrismo socialdemócrata encarnado precisamente por Serrati.
Después del ataque de Martov contra el poder surgido de la Revolución de Octubre, la inconsistencia del apoyo verbal de Serrati y de la Dirección del PSI al bolchevismo aparece en su invitación a la “unidad” por encima de cualquier división de todas las corrientes del socialismo ruso136 (incluyendo a mencheviques y s-r de derecha, calificados de “revolucionarios”, a pesar de su movilización contra el poder soviético), sin abordar mínimamente las cuestiones políticas de fondo que las enfrentaban de manera irreconciliable. Esta invitación fue renovada en el mes de junio de 1918137. Para la intransigencia mayoritaria, su llamado a la unidad de las fuerzas que en Rusia se reclamaban del socialismo cumplía la misma función que la fórmula “Ni adherir, ni sabotear” tuvo durante la guerra: evitar las rupturas en el seno del socialismo italiano. Lo único que la acercaba al bolchevismo era su aspiración a terminar con la guerra, pero no el hacer de la oposición a la guerra una palanca de la Revolución.
Para Serrati (como para Lazzari y congéneres), el “leninismo” se reducía a “una forma de lucha del proletariado internacional”138 basada en la mentada “intransigencia”139. Lo propio del serratismo era adaptarse a los tiempos de la época y hacer declaraciones de “revolucionarismo”, sin extraer de ellas las consecuencias que tales propósitos imponían a una vanguardia situada en el terreno de la guerra de clases, y a término el de la insurrección y la guerra civil. Su reivindicación del “bolchevismo”, del que ignoraba sus principios cardinales fundamentales, era pura y meramente platónica. La suya era la idolatría del Verbo aunada a la falta de voluntad, a la incapacidad de decisión y de acción, paralizado y castrado por el “principio de la unidad socialista”, en las antípodas de Lenin y de toda la historia del bolchevismo que se forjó y templó a través de una lucha sin cuartel por su independencia política y organizativa contra toda forma de oportunismo, no dudando para ello en provocar las escisiones que sancionaban esas luchas y esa trayectoria. La pasión unitaria de Serrati lo había llevado a minimizar la importancia y el alcance de la acción colaboracionista del reformismo afirmando (contra los ataques decididos de Bordiga140) que esas desviaciones resultaban de las “actitudes personales de uno o dos de los nuestros, quienes – por mucho que sean amados y considerados (entre los socialistas) – no representan realmente a la mayoría del Partido”, pasando así por alto el hecho de que había sido la posición del reformismo la que se había impuesto en el Manifiesto “Por la paz y para la posguerra” acordado por la Santísima Trinidad en febrero de 1917 [§II-7], e incluso en la reunión de esta última del 8-9 de mayo en donde se aprobó por unanimidad un orden del día no revolucionario. Y en octubre de 1917, en medio de la lucha contra la movilización del reformismo y del GPS a favor de la “defensa de la Patria en peligro” y del proyecto de apoyo a un “gobierno mejor”, Serrati seguía haciendo declaraciones de “lealtad unitaria”141/142.
Serrati justificó su oposición a toda escisión exigida por Bordiga afirmando que la “unión sagrada” en el PSI había sido impuesta “por las exigencias de las circunstancias”, ya que la escisión “agravaría mucho nuestra situación frente a la gran masa de los compañeros que le pide al Partido bien otra cosa que las disquisiciones teóricas, (…), y (en caso de escisión) nosotros nos encontraremos con la casa arruinada y la puerta encima, y el proletariado asistirá una vez más a torneos bizantinos, todos doctrinales, que no llevan a ningún lado y no cambian nada la terrible situación de hoy del proletariado internacional”143. Con huecas frases rimbombantes, Serrati intentaba camuflar el hecho de que el enfrentamiento entre reformistas y revolucionarios no era meramente un hecho “intelectual”, sino de alineación de fuerzas en el terreno de la guerra de clases. El reformismo no era una simple “desviación” al interno de la “gran familia socialista”, sino una aliada objetiva de la burguesía en el seno de la clase obrera. Desde inicios del siglo, toda la historia del socialismo italiano estaba allí para atestiguarlo144.
13.- La Revolución de Febrero tuvo inmediatamente un eco entusiasta en la Izquierda Intransigente y en amplios sectores de la clase obrera145 [§II-8]. La Revolución era por consiguiente posible en plena guerra, en reacción contra la guerra. Y la Revolución de Octubre demostró que el proletariado, incluso en un país globalmente más atrasado que Italia, podía llegar a conquistar el poder. Rápidamente, la Federación juvenil dio un paso al frente y en la reunión de su C.C. del 8 de abril envió un mensaje a la Dirección del PSI solicitándole que asuma una nueva orientación inspirándose en la experiencia revolucionaria rusa, para que “dirija, coordine y unifique el espíritu del proletariado italiano”146 (lo que, en el mejor de los casos, era una ingenua expresión de deseos). La declaración de principios y objetivos de la Fracción Intransigente Revolucionaria estaba directamente inspirada de la Revolución rusa. En el mes de septiembre, el VI Congreso de la Federación juvenil se alineó con las posiciones revolucionarias de Bordiga.
Bordiga y el problema de la escisión del partido
14.- Hemos visto más arriba que, con el fin de excluir a toda corriente reformista, socialchovina y oportunista, desde el inicio de la guerra, Lenin planteó la necesidad de una nueva Internacional147 y de las escisiones dentro de los partidos socialistas [§II-5].
De hecho, desde 1903 la tendencia bolchevique se había separado una primera vez de la corriente menchevique y seguía su propia ruta. La reunificación de 1906 no provocó la desaparición de la fracción bolchevique, y la nueva escisión de 1912 fue definitiva. La guerra encontró al Partido bolchevique con un largo y sólido bagaje político y programático para trazar durante el conflicto su propia senda internacionalista.
En el Partido italiano, la Dirección intransigente de Lazzari y Serrati estará siempre por la “unidad socialista”, queriendo cobijar en la “casa común” a todos aquellos que, a pesar de las abismales diferencias de estrategia y de táctica, se reclamaban genéricamente del Programa fundacional de Génova, siempre y cuando no cayesen en el colaboracionismo gubernamental.
En el caso de la Izquierda Intransigente, fue muy largo el proceso que la llevó a constituirse como fracción organizada en el PSI y a fijarse como meta inmediata la expulsión o la escisión para con toda corriente reformista y, más tarde, cuando el maximalismo de Serrati y consortes demostrará abiertamente su naturaleza centrista, también con esta tendencia cuya función histórica era precisamente impedirla.
Sin embargo, desde el inicio de su militancia, Bordiga defendió la necesidad de un partido libre del peso muerto del reformismo [§I-22]. La guerra fue la ocasión de plantear la necesidad de una nueva Internacional y las condiciones para forjar un partido revolucionario.
Un mes antes de la entrada de Italia en la guerra, el 13-4-1915, Bordiga escribió148:
«Al propugnar no tanto la próxima paz burguesa como la nueva Internacional proletaria que se propondrá la implementación del programa máximo comunista, acelerando (así) la crisis del mundo capitalista, nosotros sentimos que no estamos ausentes (fuera de la realidad), incluso si nuestras fuerzas no están a la altura de nuestro objetivo».
El 3-6-1917, por primera vez, Bordiga hizo una clara referencia a la necesidad de escisiones en el Partido socialista:
«De todos lados se comienza a reconocer que las grandes divergencias y diferencias entre las fracciones en las que se divide el Partido socialista no fueron debates doctrinales ociosos. En la orientación del socialismo de mañana está en juego – y es importante que hasta los adversarios lo adviertan – el destino próximo y lejano de la humanidad. (…) El viejo socialismo «sin adjetivos» está acabado.
«Hay una gama demasiado amplia de opiniones en el seno de los organismos mantenidos unidos por el simple adjetivo «socialista» como para que se pueda acallar la necesidad de una revisión teórica y táctica de los programas y de los métodos, seguida de separaciones inmutables y definitivas.
«(…) La interpretación del cataclismo bélico en la concepción socialista de la historia, la evaluación de las interpretaciones que de ella hacen la ideología burguesa y los sofismas del socialismo degenerado, las bases de la nueva táctica de clase y del nuevo internacionalismo, el valor y los métodos de la lucha socialista por la paz y la dirección del movimiento socialista después de ella, son los puntos centrales a los que se ofrecen respuestas discordantes”.149
En mayo de 1918 Bordiga explicitó su visión de la futura Internacional revolucionaria150. Su basamento teórico hubiera debido ser el marxismo que fundamente “sus declaraciones basilares por medio de una amplia investigación en torno de la experiencia histórica que hoy el mundo vive febrilmente”; y no debería ser “un revoltijo de grupos y métodos desordenados, sino un conjunto homogéneo de fuerzas que apunten a un objetivo único, con un método exactamente establecido y delimitado”, “destinado únicamente al objetivo de sustituir la sociedad capitalista por la sociedad comunista, mediante la acción proletaria de clase”.151
La misión de la Internacional debería ser «la transformación revolucionaria de las instituciones económicas y políticas actuales, y no la tutela pormenorizada de las actuales condiciones de vida de los trabajadores de las diferentes categorías y de los diferentes países«, rechazando pues «el laborismo, el obrerismo y el reformismo».
La nueva Internacional debería aspirar a “una disciplina conciente y colectiva”, y ser «el Partido político socialista mundial, la organización colectiva de la clase trabajadora para la toma violenta del poder y el ejercicio del mismo, para la transformación de la economía capitalista en economía colectiva».
La nueva Internacional debería condenar francamente «las ideas según las cuales el proletariado podría conquistar el poder obteniendo la mayoría en las actuales instituciones representativas, instituciones que [censura] (él) suprimirá para dar lugar a órganos representativos de la clase proletaria exclusivamente, y no de las diferentes clases que componen a todo el pueblo y que estarán destinadas a desaparecer gradualmente».
En síntesis, para Bordiga, «los fundamentos positivos sobre los que deberá basarse la nueva Internacional» podrían resumirse así: «Doctrina: interpretación marxista de la historia y la sociedad”; «Programa: conquista violenta del poder y su ejercicio para implementar la socialización de los medios de producción”; “Método: acción política intransigente de clase con disciplina colectiva”.
Bordiga defendió ya en ese momento objetivos generales y principios que formarán parte de las piedras basales de la III Internacional. En cuanto al problema de la “acción política”, es decir, de la táctica, la historia de la Internacional Comunista estará atravesada por problemáticas y discusiones a las cuales el “método de la intransigencia” al que se refiere Bordiga, y al que se refería toda la corriente intransigente del socialismo italiano, estará muy lejos de darles respuesta.
Durante tres años y medio su actividad central apuntará a la escisión del PSI y a la fundación del Partido comunista de Italia.
Veremos más adelante que en Italia la fundación del Partido comunista en 1921 fue el resultado de la lenta maduración de las condiciones subjetivas de esa ruptura, como consecuencia de la no adhesión del Partido socialista a la intervención de Italia en la guerra. La adhesión de los otros partidos socialistas (de Francia, Alemania, Inglaterra, Bélgica, Austria-Hungría) a la política de Unión Sagrada había generado condiciones subjetivas favorables a las escisiones reclamadas por los bolcheviques. En Italia hubo que esperar al II Congreso de la III Internacional, con sus 21 Condiciones de Adhesión, para sancionar la separación de aguas entre la corriente revolucionaria y los reformistas y oportunistas de todo signo. Desgraciadamente, esta separación será demasiado tardía como para aprovechar las condiciones revolucionariamente objetivas creadas por la guerra.
Hacia el Congreso de Roma y el fin de la guerra
15.- A partir de Caporetto, y en medio de una campaña pública de una gran violencia contra el Partido, la movilización del reformismo (GPS, CGdL, consejeros comunales, organizaciones partidarias periféricas) a favor de la resistencia nacional y del patriotismo llevó a la Dirección – quien defendía a rajatabla una intransigencia no revolucionaria – a acercarse a la Fracción Intransigente Revolucionaria.
Una primera reunión tuvo lugar el 30-10 en Roma con la presencia de representantes del Comité Central de la FIR (Pesci, Tega, Trozzi y Bordiga) y de la Dirección (Serrati y Morgari). Mientras los miembros de la Dirección se declararon favorables a una nueva tendencia maximalista, no dejaron de expresar su desacuerdo con la FIR y su acción política, en tanto que los primeros “acusaron a la dirección de querer sustraerse a todo movimiento revolucionario con la excusa de la unidad del Partido”152.
Una segunda reunión de representantes de la Dirección (Lazzari, Serrati, Bombacci) con los de la FIR (entre los cuales estaban Bordiga por la Sección de Nápoles, Fortichiari y Zanetta por Milán, Gramsci y Terraccini por Turín) tuvo lugar en Florencia el 18-11. Según testimonios de algunos de los participantes153, Bordiga sostuvo la necesidad de actuar revolucionariamente aprovechando el contexto internacional de enfrentamiento entre el proletariado y la clase capitalista, la debacle militar, la desorganización del Estado italiano, el cansancio de las masas frente a la guerra, el armamento de los trabajadores en las campañas y en las fábricas, añadiendo que el PSI debía alinearse con Lenin en el campo internacional contra el imperialismo. Con la posición de Bordiga se declararon de acuerdo los representantes de Milán y algunos pocos más154.
La Resolución final aprobada por unanimidad proclamó la fidelidad a las resoluciones de Zimmerwald y Kienthal; afirmó que la actitud del Partido socialista no podía “depender de las diversas vicisitudes de las operaciones militares”, y condenó las manifestaciones de aquellos militantes que, en los más recientes acontecimientos bélicos, habían “encontrado motivos para adherir a la guerra o conceder una tregua a la clase burguesa, o para modificar la orientación de la acción proletaria”. La Resolución no mencionaba para nada la posibilidad de expulsiones, sino una mera constatación “de incoherencia política y de indisciplina grave” por parte de los imputados, invitando a las bases socialistas a la vigilancia dentro y fuera del Partido. Tampoco hizo ninguna referencia a la Revolución rusa en curso (ni a la victoria bolchevique ocurrida tres días antes)155.
Cortesi dice bien que “la reconstitución de un frente unitario de la izquierda era un intento que, para los revolucionarios, tenía el significado de una reorientación política de la Dirección, y para los lazzarianos [intransigentes unitarios, ndr.], el de intento -que finalmente prevalecerá- de amarrar a la Fracción y de salvación de la unidad del partido”. Este autor comenta con justeza que, “[con] toda probabilidad, los revolucionarios sacrificaron la posibilidad de una clarificación inmediata a la alianza con la Dirección, y en particular con algunos miembros de ella, con el propósito de utilizar posiciones de poder más fuertes. Pero ello implicaba un redimensionamiento cualitativo del tipo de lucha política que ellos conducían, con la ilusión de una recuperación de todo el maximalismo [intransigencia unitaria] a la lucha revolucionaria, con la anteposición artificial de la polémica antirreformista a la polémica contra el centrismo [maximalista], con la renuncia a un partido nuevo. En un momento crucial, pues, las fuerzas que habían encontrado en los últimos acontecimientos la demostración de sus posiciones críticas se volvieron los instrumentos de una política unitaria de tipo tradicional, que después vanamente buscarán modificar desde el interior del Partido. (…) [Después] de Caporetto incluso la Fracción está integrada en la dialéctica del aparato, y esta situación limita sin duda su capacidad de desarrollo”156.
Esta alianza de la corriente revolucionaria con la centrista de Lazzari y Serrati fue la prueba de la heterogeneidad de las fuerzas que inicialmente conformaron la FIR y las expectativas aún existentes respecto a la posibilidad de recuperación del PSI para la Revolución. Esta heterogeneidad pesará gravemente hasta la fundación del Partido comunista de Italia (PCdI) en enero de 1921. Semejante compromiso estaba muy lejos de las posiciones de Bordiga hasta ese momento. Como botón de muestra valga la Resolución de la asamblea de los socialistas de Nápoles del 27-8 condenando al conjunto de la acción de la Dirección157.
Sin embargo, casi seis décadas más tarde, Bordiga señaló como “una primera victoria nuestra” la reunión entre la FIR y la Dirección, la que “representó un hecho importante y alcanzó su objetivo, que en aquel momento pareció (!) ser prioritario: frenar los movimientos equívocos de la derecha y quitarle a la canalla patriótica la satisfacción de la concordia nacional”. Inmediatamente después, Bordiga afirmó que es a partir de ese momento que “el grupo más decidido se organizó cada vez mejor y se delineará la plataforma propia de la izquierda italiana”158. La necesidad de la lucha contra la guerra justificó pues la adhesión de Bordiga al acercamiento con el centrismo socialista, cosa que no dejará de lamentar ulteriormente porque, al aceptar esa alianza, la Dirección se ofrecía una no merecida “virginidad revolucionaria” en vísperas del ascenso de masas de los años siguientes.
El hecho de que la FIR no militase ya para provocar una escisión en el PSI con la expulsión del reformismo y de los intransigentes compulsivamente unitarios, ilustraba la inmadurez de las condiciones revolucionarias subjetivas en el socialismo italiano. Sus declaraciones e intenciones revolucionarias no la habían aún llevado aún a extraer fino in fondo las conclusiones inevitables que se impondrán tardíamente en enero de 1921.
Este nuevo agrupamiento de corrientes en el Partido y la desilusión del Estado en comprometer a la Dirección socialista en la política de colaboracionismo de guerra dio lugar a una ofensiva represiva que llevó a encarcelar y condenar por complot y derrotismo a numerosos dirigentes socialistas, en particular Lazzari y Serrati159.
16.- EL CONGRESO DE ROMA. Con las ausencias forzosas de Lazzari, de Serrati y de Bordiga (movilizado por el Ejército), entre el 1 y el 5 de septiembre de 1918 tuvo lugar el XV Congreso del PSI. En vísperas del Bieno Rojo, fue un Congreso que tanto por su desarrollo como por sus conclusiones y sus consecuencias inmediatas podría ser calificado de superfluo y estéril, por no haber preparado ni favorecido en nada el armamento político y organizativo de una vanguardia revolucionaria capaz de luchar por asumir la dirección del auge de las movilizaciones obreras que eclosionarán con el fin de la guerra.
En la apertura del Congreso, los delegados aclamaron largamente la Revolución rusa y a Lenin (quien había sufrido el atentado de la s-r Fanny Kaplan), lo que era un signo de la amplia simpatía de la mayoría de las bases socialistas por la Revolución de Octubre. Esto no impidió que Graziadei emitiese reservas acerca de la posibilidad de éxito en lo inmediato para una revolución socialista en Europa, mientras que Modigliani expresó críticas hacia Lenin y los bolcheviques en defensa de los mencheviques y socialistas revolucionarios que se oponían “con coraje” al poder soviético, y puso en guardia contra la ilusión de que incluso en Italia se pudiese repetir victoriosamente la experiencia rusa160.
Los delegados de la FIR atacaron violentamente al GPS y aprobaron con ciertas reservas la acción de la Dirección del Partido (este fue el precio que pagaron como consecuencia del acercamiento con la Dirección en el último cuatrimestre de 1917). En su intervención161, el piamontés Repossi reivindicó las Resoluciones de Zimmerwald y Kienthal; afirmó que la Dirección del Partido había errado en el período de la preguerra por no haberse movilizado decididamente contra las campañas probélicas (“oponiendo nuestros bastones a los suyos, y a sus armas las nuestras”), ya que hubiera debido cumplir con su deber aún sin poder vencer; denunció el comportamiento de los dirigentes más representativos del Partido162; y cuestionó la acción del GPS, que en mayo de 1915 había lanzado un Manifiesto llamando a la clase obrera a reaccionar en manifestaciones públicas contra el cierre del Parlamento, pero no lo hizo contra la declaración de guerra. Repossi denunció los discursos socialistas defensistas en ocasión de Caporetto, afirmando que “no se da jamás tregua a la otra clase, no hay defensa de la patria, nosotros no tenemos patria ni un territorio para defender”; y, contra la fómula de “Ni adherir, Ni sabotear”, sostuvo que “si hubiésemos podido hacerlo, la hubiésemos saboteado”, señaló que con aquella fómula se generó la tregua entre partidos en la solidaridad nacional”; y denunció la entrada de diputados socialistas (Maffioli, Graziadei, Turati) en la Comisión encargada de reflexionar sobre la política nacional de la posguerra163, reclamando también la dimisión de los socialistas del Consejo del Trabajo (destinado a disciplinar la industria y la mano de obra en función de las necesidades bélicas).
El orador sostuvo que “con nuestra participación [en las Comisiones arriba mencionadas] daremos nuestra aprobación a las reformas que intentan salvar [a la sociedad actual]”, y proclamó que “la misión del Partido (…) es transformar la sociedad mediante la dictadura del proletariado”, debiendo para ello, “con nuestra organización, con nuestro sacrificio, preparar la lucha contra la burguesía para después de la guerra”.
Pero, una vez más, la denuncia clara de la acción de la Dirección del Partido y de la corriente reformista por parte de un conocido representante de izquierda de una de las secciones más importantes de la organización nacional no concluyó con el planteo de la necesidad de la escisión y de la expulsión de toda corriente reformista. Por el contrario, Repossi anunció que votaría la aprobación a la obra de la Dirección desde 1914164, e hizo el augurio de que no hubiese escisiones. Para Repossi la clave de la superación de las deficiencias de la Dirección y del sabotaje reformista estaba en la aplicación de “una disciplina absoluta” que obligase a las tendencias reformistas a respetar las decisiones del Congreso del Partido165.
Por su parte, Turati defendió a rajatabla, contra Zimmerwald y Kienthal, su acción defensista y patriótica en ocasión de Caporetto, y su participación en la Comisión interpartidaria para el estudio de los problemas de la posguerra166.
El reformista Modigliani afirmó que la defensa de la Patria está justificada cuando “el proletariado ha alcanzado en un determinado momento histórico determinadas conquistas por las cuales vale la pena un gesto de asistencia (sic)”, y se solidarizó con los mencheviques contra Lenin y el derrotismo revolucionario167.
Bombacci, intransigente de derecha, vice-secretario del Partido y delegado de la sección de Roma, sección que había dado mandato para votar la expulsión de Turati y la disolución del GPS, se declaró contrario a estas dos medidas, a la vez que reivindicó Zimmerwald y Kienthal, el internacionalismo y la Revolución rusa, reafirmando su denuncia de toda posición nacionalista y patriótica168.
Ante el riesgo y la inminencia de la desautorización por el Congreso de la acción del GPS, Modigliani amedrentó y dividió a la oposición intransigente con la amenaza de una dimisión colectiva del grupo parlamentario. Las negociaciones transformaron la “condena completa” de la actuación del GPS en una simple “amonestación” dirigida contra el discurso belicista de Turati del mes de junio 1918 y de la ulterior expresión de solidaridad para con él emitida por el GPS, y en la invitación angelical a los parlamentarios para que se atengan “rígidamente a la voluntad del Partido y de las directivas fijadas por sus órganos responsables”. La Moción Salvatori169, votada por amplia mayoría, aplaudió lo actuado por la Dirección en el terreno internacional (Zimmerwald y Kienthal); aprobó el conjunto de su comportamiento político interno (aunque deploró su “excesiva tolerancia hacia grupos, organizaciones y personas”, sin nombrar a nadie); emitió un reconocimiento total a la actuación del Avanti!; reprochó al GPS su actuación política a partir de febrero de 1917 y no haber sido fiel a las Resoluciones de los Congresos de Reggio Emilia y de Ancona; reclamó de la Dirección medidas estatutarias tendentes a disciplinar al GPS, blandiendo ante los diputados la amenaza de la expulsión del Partido170. La “unidad socialista” estaba a salvo, y todo seguiría como de costumbre. La nueva Dirección estuvo formada por intransigentes de derecha (Lazzari, Vella, Bombacci, Serrati, …), y otros de la Tendencia Intransigente Revolucionaria (Repossi, Gennari).
Fue notable que el Congreso no haya consagrado tiempo para discutir un Programa de Acción para el Partido, al punto que Repossi se lamentó de la falta de directivas “a dar a las secciones a favor o en contra de la Patria” (lo que era el colmo después de haber discutido interminablemente acerca de la actitud ante la guerra).
El reformismo podía darse por satisfecho por no haber sido condenado ni afectado en sus sólidas posiciones partidarias, y los intransigentes por haber mantenido la tan preciada por ellos “unidad socialista”. Los timados de la historia fueron los intransigentes revolucionarios, quienes se conformaron con un resultado que no modificaba en nada el statu quo y las relaciones de fuerzas internas en el socialismo italiano.
Fue en esta situación de indefinición política que el Partido socialista debió encarar la crisis posbélica y el “Bienio Rojo”.
Consciente de esta situación, el grupo revolucionario napolitano, con Bordiga a la cabeza, fundará un mes más tarde Il Soviet (órgano de las secciones del PSI de la provincia de Nápoles), dándose una decisiva línea de acción con miras a la tajante ruptura con el reformismo, combatiendo el reflejo y las tendencias unitarias dentro del Partido. Pero en aquel momento la Izquierda todavía veía en el “Partido socialista (el) órgano político de la clase obrera, instrumento directamente designado para la toma del poder”171.
ANEXO
Desde un punto de vista histórico-político, lo importante de las posiciones asumidas por las distintas corrientes del Partido socialista italiano ante la Revolución de Octubre fueron las lecciones que esas corrientes extrajeron de esta Revolución, teniendo en la mira al movimiento revolucionario internacional, y al italiano en particular.
Ya hemos visto más arriba que, en esta cuestión, las posiciones del reformismo y de la intransigencia mayoritaria estaban directamente orientadas a defender sus orientaciones antirrevolucionarias, en el primer caso, y la de un “revolucionarismo” estéril, en el segundo.
En este Anexo nos detendremos con mayor detalle en las posiciones defendidas en aquel momento por dos representantes de la Fracción Intransigente Revolucionaria, Amadeo Bordiga y Antonio Gramsci, quienes tendrán un papel destacado en el Partido comunista de Italia en el período 1921-1926. Ambos se reclamarán de la Revolución de Octubre, pero con fundamentaciones dispares entre sí.
Las posiciones iniciales de Bordiga sobre la política bolchevique (1917-1918)
En febrero de 1918 Bordiga sostuvo, sin ambigüedad alguna, y por primera vez de manera tan explícita, el principio marxista de la dictadura del proletariado172.
Asimismo, Bordiga defendió en ese mismo artículo la táctica de los bolcheviques – que Lenin basaba en el “derecho a la autodeterminación” – relativa a la cuestión de las nacionalidades dentro de las fronteras de Rusia, sin coincidir con Lenin en la justificación de esta táctica.
Aunque Bordiga saludaba como “genial” la táctica bolchevique en la cuestión de las nacionalidades, no dejaba de expresar una reticencia profunda frente a la consigna de “Libertad de los pueblos a disponer de sí mismos” porque, según él, este derecho “no [significa] nada, si no presupone [subrayado nuestro – ndr] la conquista por parte del proletariado del derecho a disponer de la propia energía productiva, sustrayéndola a la explotación burguesa”. Esta posición de Bordiga no era la de Lenin, para quien el reconocimiento del “derecho a la autodeterminación” de las naciones oprimidas por el Estado zarista era una condición necesaria para poder integrar la lucha de estos pueblos al combate contra el Estado opresor, para facilitar el libre desarrollo de la lucha de clases dentro de las nacionalidades oprimidas, y para lograr la unidad del proletariado de todo el Imperio ruso (desprendiendo de toda responsabilidad al proletariado de la nación opresora de la opresión nacional ejercida por las clases dominantes de su “propio” país).
Bajo la influencia directa de la revolución rusa y de la acción de su Partido dirigente, toda la Izquierda Intransigente estaba en ese momento en proceso de maduración acelerada. Este proceso no podía ser instantáneo, como resultado de una “iluminación repentina”. Ello se constata en la argumentación desarrollada por Bordiga en apoyo de algunas de sus posiciones que no se condicen con las defendidas por los bolcheviques, y en especial por Lenin. Nos referimos al problema de la posibilidad de alianzas políticas por parte del partido de clase, al de las transformaciones sociales en Rusia, y al de la firma del Tratado de Brest-Litovsk.
• En primer lugar, Bordiga creyó ver en la conquista del poder por los bolcheviques la confirmación histórica de la “intransigencia absoluta”, es decir, del rechazo de todo acuerdo con partidos no proletarios, e incluso “socialistas”173. Ahora bien, si es muy cierto que la conquista insurreccional del poder fue exclusivamente decidida y realizada por el Partido bolchevique, contra todas las fuerzas burguesas, y contra los mencheviques y los S.R. (socialistas revolucionarios) “de derecha”; y si bien no es menos cierto que el primer gobierno soviético estuvo exclusivamente constituido por 15 miembros del Partido bolchevique, el poder soviético de Octubre 1917 resultó de una alianza política de los bolcheviques con el Partido de los S.R. “de izquierda”. El Comité Ejecutivo de los soviets comprendía 71 bolcheviques y 29 S. R. Los S.R. de izquierda tenían tras de sí a las grandes masas revolucionarias del campesinado ruso (campesinado que luchaba por la liquidación del feudalismo, por la nacionalización de la tierra y por el reparto de los latifundios). Sólo después de la ruptura de los S.R. de izquierda con los bolcheviques, por estar en desacuerdo con la firma del Tratado de Brest-Litovsk (marzo de 1918), el poder soviético será ejercido exclusivamente por el Partido bolchevique. Para los bolcheviques, aquella alianza en el primer gobierno soviético traducía prácticamente la ecuación política de la dictadura del proletariado y del campesinado en la revolución rusa (prevista en el Programa bolchevique), basada en los soviets de obreros y soldados (que en su inmensa mayoría eran campesinos). Que la dirección efectiva del poder soviético estuviese en manos del Partido bolchevique expresaba el hecho de que la fuerza dirigente de la revolución antifeudal y antiburguesa era el proletariado revolucionario. De ahí que se pudiese calificar con justeza dicha dictadura como dictadura del proletariado174, más aún a partir de su ejercicio exclusivo por parte del Partido bolchevique, quien siempre vio en la Revolución rusa el primer paso de la Revolución anticapitalista mundial.
• En segundo lugar, el apoyo de Bordiga a la acción del poder soviético que culminó con la firma del Tratado de paz de Brest-Litovsk, tratado leonino que validaba el pasaje de vastos territorios de Europa del Este bajo el control directo de Alemania (en especial Ucrania, Bielorrusia, Polonia y los Países Bálticos), estaba basado en una argumentación parcialmente ajena al planteamiento de la cuestión y a las posiciones defendidas por los bolcheviques, y por Lenin en particular.
Es sabido que la aceptación o rechazo del Tratado anexionista de Brest-Litovsk dio lugar a una fractura gravísima dentro del Partido bolchevique. Por una parte, los opositores más empedernidos fueron los “comunistas de izquierda”, encabezados por Bujarin, Radek, Uritsky, Piatakov y Smirnov, quienes exigían el rechazo del Tratado y eran partidarios de emprender una “guerra revolucionaria” contra los ejércitos de Alemania y del Imperio Austro-Húngaro. Esta posición estuvo apoyada por el Buró Regional del Partido bolchevique de Moscú, quien amenazó con una escisión del Partido.
Reconociendo que, tras más de 3 años de guerra, las masas obreras y campesinas rusas estaban en la imposibilidad de participar en una guerra revolucionaria contra el imperialismo, la posición de Trotsky (mayoritaria en el Comité Central del Partido bolchevique) fue, en un primer momento, la de negarse a firmar una paz con anexiones y, al mismo tiempo, declarar el fin del estado de guerra y decretar la desmovilización de la tropa del ejército ruso. Tras la ruptura de las tratativas, y ante el avance del ejército alemán, la posición de Trotsky fue la de retrasar el comienzo de nuevas negociaciones de paz hasta que la ofensiva alemana volviese claro, ante los ojos del proletariado internacional, que el poder soviético estaba absolutamente obligado a aceptar las condiciones anexionistas e imperialistas impuestas por los Imperios Centrales.
La posición defendida por Lenin, la firma inmediata del Tratado en las condiciones impuestas por los Imperios Centrales, está detallada en sus “Tesis sobre el problema de la conclusión inmediata de una paz separada y anexionista” de enero-febrero 1918. Lenin planteó crudamente la alternativa ante el ultimátum alemán: aceptar la paz anexionista o entablar una guerra revolucionaria. Inmediatamente después fijó el criterio de principio que debería presidir tal elección, a saber, la consolidación de la revolución mundial. Lenin detalló luego los parámetros distintivos que deben presidir toda decisión de impulsar una guerra revolucionaria contra el imperialismo: las condiciones materiales y los intereses de la revolución. Fue el análisis de la situación concreta rusa lo que lo llevó a descartar la posibilidad de impulsar una guerra revolucionaria, sin excluir en absoluto la posibilidad histórica de una guerra revolucionaria contra el imperialismo, y menos que menos aún por una cuestión de principio.
Veamos ahora las posiciones defendidas por Bordiga en marzo-abril 1918 a propósito de Brest-Litovsk. En un primer momento, Bordiga individualizó lúcidamente el objetivo de la táctica bolchevique, la que buscó estirar en el tiempo las negociaciones (dando lugar a la propaganda revolucionaria antimilitarista hacia las tropas alemanas y un activo trabajo de fraternización entre los soldados de ambos lados de la trinchera): potenciar los antagonismos de clase en el seno de la sociedad alemana y dentro del Ejército alemán (política que estaba en la base del derrotismo revolucionario de Lenin)175.
Más tarde Bordiga intentó justificar la firma final del Tratado de Brest-Litovsk en base a consideraciones esquemáticas de principio antimarxistas, según las cuales el proletariado victorioso no podría llevar a cabo una guerra contra países imperialistas, pues opondría proletarios a proletarios, en tanto que el ejército revolucionario sólo existiría para garantizar la lucha contra los enemigos internos176.
• En tercer lugar, Bordiga pensaba en ese momento que el proletariado ruso había conquistado el poder, no sólo para acabar con la guerra, sino también para iniciar las transformaciones económico-sociales que llevarían al comunismo177. Esa era una idea que estaba muy extendida en el movimiento comunista internacional.
Para justificar la posibilidad de la conquista del poder por parte del proletariado en la Rusia que aún no había realizado una revolución burguesa, y criticando a Gramsci que veía en esa posibilidad una completa desmentida de la teoría marxista178, Bordiga se refiere a las siguientes afirmaciones del Manifiesto Comunista de 1847:
“Los comunistas fijan su principal atención en Alemania porque Alemania se halla en vísperas de una revolución burguesa, la cual se llevará a cabo bajo las condiciones más progresivas de la civilización europea en general, y con un proletariado mucho más desarrollado que el de Inglaterra en el siglo XVII y el de Francia en el XVIII; y, por lo tanto, la revolución burguesa alemana no podrá ser sino el preludio inmediato de una revolución proletaria. En resumen, los comunistas apoyan por doquier todo movimiento revolucionario contra el régimen social y político existente. En todos estos movimientos, ponen en primer término, como cuestión fundamental, la cuestión de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que ésta revista.”
Estas afirmaciones de El Manifiesto relativas a la Alemania de la época sólo hacían referencia a la posibilidad de la conquista del poder por parte del proletariado en el curso mismo de una Revolución burguesa. Pero no a la implementación del socialismo en el marco estrecho de aquella Alemania, lo que sí podría suceder ulteriormente teniendo en cuanta “las condiciones más progresivas de la civilización europea en general”. Del mismo modo, la perspectiva de las transformaciones económico-sociales comunistas dentro de Rusia no formaba parte – a corto plazo – de la perspectiva bolchevique, país atrasado por excelencia, con algunas muy importantes islas urbanas e industriales en medio de un gigantesco tejido social compuesto por la pequeña producción y el atraso agrícolas. En realidad, los bolcheviques sólo veían a la Revolución y a la conquista del poder por el proletariado ruso, simultáneamente a la radicalización y realización acabada de la revolución antifeudal, como el primer eslabón de la revolución proletaria en Europa, prolegómeno indispensable para poder encarar sucesivamente las transformaciones socialistas a escala europea y, más tarde, mundial.
La visión deformada de Bordiga acerca de las posibilidades de transformaciones socialistas en Rusia está aún presente en marzo de 1919, cuando Il Soviet del 9-3-1919 confunde el “comunismo de guerra” (y la política de requisición forzada de la producción agrícola del campesinado por las necesidades de la guerra civil) con el comunismo a secas179.
No es superfluo señalar que esta afirmación estaba en gran medida condicionada por el marco conceptual propio del socialismo italiano a lo largo de su historia. En efecto, de acuerdo con el marxismo, la socialdemocracia había sostenido siempre la tesis de que las transformaciones socialistas exigían un gran desarrollo previo de las fuerzas productivas, lo que era la misión fundamental del capitalismo. Los partidos socialistas nacionales concebían el ascenso de la clase trabajadora al poder como el resultado de las transformaciones y desarrollos económicos capitalistas a escala nacional, al mismo tiempo que esas transformaciones previas eran las que justificarían en un futuro indeterminado la necesidad de la conquista del poder, la que permitiría emprender inmediatamente las transformaciones socialistas. Fue con semejante argumentación que Martov y todo el reformismo caracterizó como aberrante el intento bolchevique de conquistar el poder en Rusia.
La situación de la Rusia zarista, a caballo de la Europa capitalista y del Oriente preburgués, y en presencia de un importante proletariado moderno altamente concentrado en algunas regiones claves del país, hizo que la vanguardia bolchevique pudiese hacer de una revolución antifeudal la plataforma de lanzamiento de la Revolución proletaria internacional. Sólo en ese marco era concebible en un plazo no breve – pero no inicialmente – la implementación en Rusia del modo de producción socialista. Como reacción a la propaganda reformista contra la Revolución bolchevique que afirmaba la imposibilidad de saltar en Rusia la etapa del desarrollo capitalista y del Estado democrático-burgués, los revolucionarios italianos se sintieron entonces “obligados” a afirmar la posibilidad de embocar inmediatamente, también en Rusia, las transformaciones socialistas. Bordiga no se sintió en ese momento obligado a justificar esta afirmación (lo que el estalinismo sí hará a partir de 1926 con su teoría de la construcción del socialismo en Rusia, desnaturalizando para ello el ABC del marxismo). Gramsci no tuvo la precaución de Bordiga, y para justificar ese disparate no dudó un momento en arrojar el marxismo por la borda.
Gramsci y la revolución de octubre
Joven director de 26 años de “Il Grido del Popolo” de Turín, Gramsci siguió apasionadamente el devenir de la Revolución rusa y adhirió inmediatamente a la victoria bolchevique. En su intento por contrarrestar la propaganda reformista, lo notable de todos sus pretendidos análisis de aquellos acontecimientos, y más allá de las dificultades para obtener información fehaciente sobre ellos, era su presentación y visión idealista, fantasmagórica y subjetivista del proceso revolucionario, sin el mínimo intento de análisis materialista del mismo. Su clave de lectura se aparentaba a un curioso “psicologismo de masas” y a un conjunto de galimatías seudo-sicológicas, políticas, morales y filosóficas (directamente salidas del arsenal ideológico burgués), en las que Gramsci veía la explicación de esos acontecimientos y la posibilidad de embocar ya la vía de las transformaciones socialistas.
Inmediatamente después de la Revolución de Febrero, con las masas movilizadas contra la guerra, por el pan y por la tierra, en una situación de “doble poder” por el hecho de que los soviets de obreros y soldados le cedían el poder al Gobierno provisional burgués, Gramsci pregunta180: «¿Porqué la Revolución rusa es una revolución proletaria?». Y responde:
“Para que así sea (…) es necesario que el hecho revolucionario se manifieste, no solamente como un fenómeno de conquista del poder, sino también como un fenómeno de costumbres, un fenómeno moral (…) La Revolución rusa ha destruido el autoritarismo, y le ha sustituido el sufragio universal, incluso para las mujeres. Ha reemplazado el autoritarismo por la libertad, la constitución por la libre expresión de la conciencia universal (¡sic!)”.
“[Los revolucionarios rusos] están convencidos que, cuando el proletariado ruso, en su totalidad, será consultado, no podrá haber duda en cuanto a su respuesta: ella está inscrita en la conciencia de todos, y se transformará en decisión irrevocable (…) El proletariado industrial ya (!) está preparado para esta transformación (socialista), incluso culturalmente; el proletariado agrícola, que conoce las formas tradicionales del comunismo comunal, está él también preparado para el pasaje a una nueva forma de sociedad.
“(…) La libertad hace a los hombres libres; ella amplía su horizonte moral; de aquel que, bajo un régimen autoritario, era el peor de los delincuentes, ella hace un mártir del deber, un héroe de la honestidad.
“(…) Este es el fenómeno más grandioso que la humanidad haya producido jamás. El hombre que no era más que un criminal de derecho común se ha vuelto, en la Revolución rusa, el Hombre, tal como Emmanuel Kant, el teórico de la moral absoluta, lo exaltó: el hombre que dice: «Fuera de mi, la inmensidad del cielo; dentro de mí, el imperativo de la conciencia». Es la liberación de los espíritus, es la instauración de una nueva moral (…).”
“[En esta situación], los revolucionarios tienen por el momento una sola tarea: cuidar que los organismos burgueses (la Duma, los Zemstva) no comiencen precisamente a hacer jacobinismo (?) para desvirtuar la respuesta del sufragio universal y desviar en su provecho los resultados de la acción violenta”.
En julio 1917, Gramsci hizo la apología del bolchevismo (que él identificaba con los maximalistas italianos) y – a la manera del Mussolini de la preguerra – asigna a la “Voluntad” y a la “Idea” un papel de deus ex machina de la Historia, negando el materialismo histórico al descartar los condicionamientos materiales del devenir de la sociedad y de la lucha de clases:
“Lo maximalistas son la continuidad de la revolución, el ritmo de la revolución: por ello son la revolución misma. Ellos encarnan la idea limite del socialismo: ellos quieren el socialismo entero. (…) [Lenin] y sus camaradas bolcheviques están convencidos de que en todo momento es posible realizar el socialismo[subrayado nuestro, ndr.] (…) Son revolucionarios, no evolucionistas. (…) [El pensamiento revolucionario] niega que todas las etapas intermedias entre la concepción del socialismo y su realización deban realizarse en el tiempo y en el espacio de una manera absoluta e integral. Basta (¡sic!) con que esas etapas sean realizadas en el pensamiento (¡resic!) para que ellas sean superadas, y que se pueda ir adelante. (…) [La convicción de Lenin y de sus camaradas] no se limitó a la simple audacia del pensamiento: ella se encarnó en individuos, en muchos individuos, y ha dado sus frutos en el terreno de la acción. (…) De esta manera los hombres son finalmente los artesanos de su destino”.181
Luego del fracaso del intento contrarrevolucionario de Kornilov, y a un mes de la victoria bolchevique lograda combatiendo la política de los mencheviques y de los socialistas revolucionarios de derecha, cuyo máximo exponente era Viktor Tchernov, quien hasta hacía poco había sido el Ministro de Agricultura del gobierno de Kerenski, Gramsci ve en él el campeón de la revolución socialista rusa, relegando a los bolcheviques al rol de “despertador de almas durmientes”…
“La Revolución rusa va entrar pronto en una de sus fases decisivas (…), la que permitirá medir las fuerzas efectivas de los revolucionarios socialistas y la de los revolucionarios burgueses. (…) Kerenski, quien ha sido hasta aquí la garantía de este equilibrio, ha cumplido su tarea, está superado por los acontecimientos (…). La pura y simple libertad jurídica, la libertad de discutir y de hacer propaganda, no bastan más. Otra libertad es necesaria, la libertad de acción, la libertad de emprender concretamente la transformación del mundo económico y social de la vieja Rusia zarista. El compromiso con los burgueses ya no tiene ninguna utilidad, no es más necesario, es un obstáculo. Y Kerenski también es un obstáculo. Un hombre nuevo (¡sic!) ha surgido y se ha elevado contra él: Tchernov. El maximalismo ruso ha encontrado su jefe. Lenin era el maestro de vida (??), el agitador de conciencias, el despertador de almas durmientes. Tchernov es el realizador, el hombre que tiene un programa concreto que realizar, un programa enteramente socialista, que no admite ninguna colaboración, un programa que los burgueses no pueden aceptar, porque trastoca el principio de la propiedad privada, porque inicia finalmente la revolución social, porque abre la puerta, en la historia del mundo, al socialismo colectivista”.182
Seis semanas después de la Revolución de Octubre, y en su intento por defender su viabilidad contra las acusaciones de utopismo lanzadas por el reformismo en nombre de un marxismo prostituido, Gramsci no encontró otra manera de hacerlo que desmintiendo la validez del marxismo. Es aquí donde su idealismo fantasioso alcanzó su zenit.
“[Los bolcheviques] han conquistado el poder. Han establecido su dictadura y están elaborando las formas socialistas en las cuales la revolución se deberá finalmente verter para continuar a desarrollarse armoniosamente, sin grandes choques (¡sic!), apoyándose en las conquistas ya conseguidas.
“La materia misma de la Revolución de los bolcheviques es más la ideología que los hechos (y es por ello, en el fondo, que poco nos importa saber más de lo que sabemos). Es la revolución contra El Capital de Karl Marx. En Rusia, El Capital de Marx era el libro de los burgueses más que de los proletarios. En Rusia era la demostración crítica que fatal y necesariamente debían formarse primero una burguesía, comenzar una era capitalista, instaurar una civilización de tipo occidental, antes de que el proletariado pueda pensar en ponerse en marcha, pensar en sus reivindicaciones de clase, en su revolución. Los hechos han desbordado a las ideologías. Los hechos han destrozado los esquemas críticos dentro de los cuales la historia de Rusia habría debido desarrollarse según los cánones del materialismo histórico. Los bolcheviques han renegado a Karl Marx, afirmando, gracias al testimonio de la acción lograda y de las conquistas realizadas, que los cánones del materialismo histórico no son tan inflexibles como se podría pensar y se lo pensó. (…) [Los bolcheviques] viven el pensamiento marxista, el que no muere jamás, el que es la continuación del pensamiento idealista italiano y alemán (…) Y este pensamiento reconoce siempre como al más grande de los factores de la historia, no a los hechos económicos brutos, sino al hombre, a las sociedades de los hombres, esos hombres que se reúnen, se comprenden, desarrollan a través todos esos contactos (que forman la civilización), una voluntad social, colectiva, esos hombres que comprenden los hechos económicos, y los juzgan, y los pliegan a su voluntad, hasta que ésta se vuelva el elemento motor de la economía, el elemento formador de la realidad objetiva que vive, que se mueve, y se vuelve una especie de materia telúrica incandescente que puede ser canalizada allí donde quiere la voluntad, y como lo quiere la voluntad”.
Tras explicar que la guerra había permitido en Rusia quemar las etapas de la formación de la conciencia de clase y de la organización del proletariado, cosa que en los países occidentales había llevado numerosos decenios, Gramsci sostiene que, a partir de allí, el proletariado podría edificar el socialismo en Rusia gracias al solo esfuerzo de voluntad guiado por el Ideal socialista, sin tener mínimamente en cuenta el problema central de sus bases materiales, ausentes en ese país:
“[El proletariado] recibirá la impulsión que le permitirá alcanzar esa madurez económica que, según Marx, es la condición indispensable de colectivismo. Los revolucionarios crearán por sí mismos las condiciones necesarias para la realización plena y entera de su ideal. Ellos la crearán en menos tiempo que no lo habría hecho el capitalismo. (…) Al comienzo será el colectivismo de la miseria, del sufrimiento. (…) Incluso desde un punto de vista absoluto, humano, el establecimiento inmediato del socialismo en Rusia está justificado. El sufrimiento que seguirá a la paz sólo podrá ser soportado en la medida en que los proletarios sentirán que es por su (propia) voluntad, por su tenacidad en el trabajo, que dependerá que el sufrimiento desaparezca lo más rápido posible”.183
En enero de 1918, Gramsci defendió la disolución de la Constituyente rusa184, y en julio de ese año explicitó su visión angelical y fantasmagórica del “Orden soviético”, desde sus orígenes a la situación de entonces y su visión del futuro. La lucha de clases estaba totalmente ausente de su visión fantasiosa de ese “Orden soviético” y de la sociedad rusa. Luego de explicar nuevamente que había sido la guerra la que habría permitido, en un país social y económicamente muy atrasado, que las masas trabajadoras hayan podido concentrarse y generar la aspiración a construir una nueva sociedad, aspiración a la cual la burguesía rusa no supo ni pudo dar satisfacción,
“La burguesía – continúa Gramsci – ha intentado imponer su dominación y ha fracasado. El proletariado a asumido la dirección de la vida política y económica y realiza su Orden. (…) La dictadura es la institución fundamental que garantiza la libertad, que impide los putsch de las minorías facciosas. Es una garantía de libertad porque no es un método a perpetuar, sino que permite crear y consolidar los organismos permanentes en los cuales la dictadura se disolverá, después de haber cumplido su misión. Después de la revolución, Rusia no era aún libre, porque no había garantías para la libertad, porque la libertad no había sido aún organizada. El problema era suscitar una jerarquía, pero una jerarquía abierta, que no pueda cristalizarse en un Orden de casta o de clase. A partir de la masa, a partir del número, se debía llegar al número UNO, a fin de que exista una unidad social, a fin de que la autoridad sea solamente una autoridad espiritual. Los núcleos vivos de esta jerarquía son los Soviets y los partidos populares. Los Soviets son las organizaciones primordiales que hay que integrar y desarrollar y los bolcheviques se vuelven el partido gubernamental, porque los bolcheviques sostienen que los poderes del Estado deben depender de los Soviets y estar bajo su control. El caso ruso se coagula en torno de estos elementos de orden, es el comienzo del nuevo orden. Una jerarquía se constituye: de la masa desorganizada víctima del sufrimiento, se pasa a los obreros y a los campesinos organizados, a los Soviets, al Partido bolchevique, y finalmente al número Uno: Lenin. Es la graduación jerárquica del prestigio y de la confianza, que se ha formado espontáneamente, que se manifiesta por libre elección.
(…) Todos los trabajadores pueden formar parte de los Soviets, todos los trabajadores pueden influir para modificarlos y volverlos más representativos de sus voluntades y de sus deseos. La vida política rusa está influenciada de manera de tender a coincidir con la vida moral, con el espíritu universal de la humanidad rusa. Se produce (entonces) un intercambio continuo entre todas estas etapas jerárquicas: el individuo grosero (rústico) se afina en el curso de la discusión para la elección de su representante en el Soviet, puede volverse él mismo ese representante; él controla esos organismos porque los tiene siempre bajo los ojos; son geográficamente próximos. Adquiere el sentido de la responsabilidad social, se convierte en un ciudadano que decide activamente de los destinos de su país. Y el poder, la conciencia, a través de esta jerarquía, se extiende desde el número Uno hasta la masa (…)”.185
Seis meses más tarde, el 1° de mayo de 1919, Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti, Umberto Terracini y Angelo Tasca publicarán el primer número de “L’Ordine Nuovo”, órgano de la corriente “ordinovista” del comunismo italiano.
Notas
1 Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia el 28-7 y a Rusia el 5-8; Alemania a Rusia el 1-8 y a Francia el 3-8; el Reino Unido a Alemania el 4-8 y a Austria-Hungría el 13-8; Japón a Alemania el 23-8; Francia y el Reino Unido al Imperio Otomano el 3-11.
2 Pierre Milza, “Mussolini”, ed. Arthème Fayard, 1999, pp.192-193. Por otra parte, Italia había firmado en 1902 un acuerdo secreto con Francia que preveía su neutralidad en el caso de que ésta fuese agredida por los Imperios Centrales. Además, y contrariamente a lo estipulado por el Tratado de la Triple Alianza, Austria no había prevenido a Italia de su intención de atacar a Serbia. [Ibidem, p.164]
3 “Frente a este peligro tenéis que reclamar e imponer al Gobierno la más absoluta neutralidad. Está en el interés del proletariado de todas las naciones impedir, circunscribir y limitar lo más posible un conflicto armado, que sólo sirve al triunfo del militarismo y de los negocios parasitarios de la burguesía. Vosotros, proletarios de Italia (…) [que ya] en la reciente huelga general [de la Semana Roja] supistéis dar prueba de vuestra fuerza, de vuestra conciencia de clase, de vuestro espíritu de sacrificio, debéis ahora estar listos a no dejar a rrastrar a Italia en el abismo de la aterradora aventura” [Renzo De Felice, «Mussolini e il fascismo – Primera parte (“Mussolini il rivoluzionario”)», ed. Einaudi, 2006, p.225]. Esta misma posición fue reafirmada el 22-9 en un nuevo Manifiesto: “Ninguna concesión a la guerra, sino oposición decidida e implacable” [Carlo Cartiglia, “Il partito socialista italiano (1892-1962)”, ed. Loescher, p.174]
4 “Abasso la guerra!”, Avanti!, 26-7-1914. Al día siguiente amenazó al gobierno con recurrir a la fuerza en caso de movilización. Eso no le impidió el 3-8 dejar la puerta abierta al apoyo a una participación en la guerra al afirmar que, en caso de agresión contra Italia por parte de Austria, “es probable que muchos de aquellos que hoy están comprometidos con el antipatriotismo sabrán cumplir con su deber” [“De Profundis”, Avanti!, 3-8-1914]. Idéntica posición será asumida por Lazzari el 11-1-1915 al afirmar que la conducta de los socialistas debía distinguir entre la necesidad de movilizar en caso de que Italia fuese atacada y en el caso de que fuese ella la agresora (no sin reconocer la dificultad para apreciar correctamente “el carácter preciso de semejante medida”): “Como medida de defensa sería absurdo que nosotros pretendiésemos obligar al régimen actual a renunciar a esta elemental necesidad, dado (…) el sentimiento patriótico aún tan difundido (…) Pero no podremos tener esta misma conducta frente a una movilización provocadora” [“La mobilitazione”, Avanti!, 11-1-1915, citado en Bruno Vigezzi, “Il PSI nel 1914-1915, tra neutralità e intervento”, in M. Degl’Innocenti & al., “Storia del Partito Socialista”, Marsilio Editori, 1979]. Esa ambigüedad de la Dirección intransigente se encuentra también en su Manifiesto del 22 de septiembre, donde afirma que “[los] diputados socialistas no votarán créditos militares para una guerra de agresión [subrayado nuestro, ndr.](…)”, dejando así abierta la posibilidad de votarlos en caso de “legítima defensa”.
5 De Felice, op.cit., pp.223-224.
6 Ya en agosto de 1914 Critica Sociale publicó en sus páginas cuestionamientos contra la proclamada neutralidad absoluta. [Ibidem]
7 Reggio Emilia, Roma, Turín, Boloña, Catania, Florencia, Génova, Milán, Pisa, Venecia, Nápoles, Parma, Módena, Ravenna. [Amadeo Bordiga, “Storia della Sinistra Comunista”, vol.1, §18, ed. Programma Comunista, 1964]
8 Cortesi, op.cit., p.627.
9 Bordiga, op.cit., pp. 98-100. La Dirección intransigente no se mostró más decidida que los bonzos sindicales. A fines de abril, Serrati ya consideraba que, en caso de guerra, el Partido no podría llamar más que a “una huelga de 24 horas”, o a “una protesta”, o a “una simple manifestación” [Avanti!, 28 y 29-4-1915]. Bordiga relató que “varios exponentes de la fracción revolucionaria intransigente, entre los cuales algún miembro [¿Repossi?] de la misma Dirección, y los delegados de varias federaciones [haciendo referencia a representantes de la Lombardía, del Piamonte, de la Romaña y del Mezzogiorno], tomaron una posición totalmente opuesta a la de los diputados y los jefes confederales, e incluso a las vacilaciones de la Dirección”.
10 Cortesi, op.cit., pp.624-625.
11 La declaración de guerra sin una fuerte movilización proletaria a escala nacional representó una verdadera derrota del movimiento obrero. Incluso una fuerte movilización hubiese sido probablemente derrotada, pero hubiera signado una referencia a futuro, una “repetición general” (como lo fue en los años sucesivos la huelga del 17 y 18 de mayo para el proletariado de Turín) y la prueba de la voluntad revolucionaria del Partido socialista.
12 Tras la firma del Pacto de Londres, el Estado italiano decretó el estado de excepción, tomando medidas contra el derecho de reunión, de prensa y de huelga. “El Instituto de la Movilización Industrial, el máximo organismo creado para coordinar y potenciar el esfuerzo bélico, encuadró a la mano de obra del país en un conjunto de normas de gran dureza y brutalidad. Los obreros de fábrica declarados insustituibles para la producción fueron sometidos a la jurisdicción militar, y como tales a la legislación de guerra. Entre 1916 y 1918 tomó cuerpo un nuevo código penal industrial que prohibió la huelga, impuso la prolongación de la jornada de trabajo, sancionó con cárcel la insubordinación contra el director o el patrón del establecimiento, adoptó derogaciones a las limitaciones anteriormente existentes relativas al trabajo de las mujeres y de los niños.” [Cartiglia, op.cit., p.169]
13 En todo el curso de la guerra, 60% de la mano de obra agrícola fue movilizada, constituyendo el grueso de la infantería.
14 “El proletariado italiano se opuso con combatividad a ese clima excepcional, y demostró en varias ocasiones una decidida voluntad de lucha. En línea general se puede decir que en relación con la guerra él tuvo una posición mucho más radical que la que tuvo el Partido socialista. En muchas partes del país los movimientos sociales, huelgas convocadas a menudo en abierto contraste con las directivas del sindicado, ocupaciones de tierras, revueltas espontáneas, y en el frente deserciones, amotinamientos, rechazo de combatir, autolesiones, demuestran un estado de ánimo exasperado, cansado, abierto a soluciones revolucionarias. Por el contrario, el Partido se planteó, sea por un preciso cálculo, sea por dificultades objetivas a causa de todas las limitaciones impuestas por el estado de guerra, sea por una profunda incapacidad de acción política, siempre subordinado al Gobierno, al Parlamento, a la Corona. Hegemónica – aunque minoritaria – fue la fracción moderada y reformista, suyas fueron las elecciones que dictaron la línea del Partido. Sobre todo, en el período que va de mayo 1915 al verano de 1917, ella asumió de hecho las riendas del Partido e impuso una línea que se articuló en los diferentes planos”. [Cartiglia, op.cit., p.169]
15 Ibidem, p.176.
16 Cortesi, op.cit., p.617.
17 Mirella Mingardo, “Mussolini, Turati e Fortichiari, la formazione della sinistra socialista a Milano (1912-1918)”, ed. Graphos, 1992, p.70
18 Ibidem, p.71.
19 Avanti!, 13-8-1914, citado en De Felice, op.cit., p.240.
20 Ibidem, pp.253-258.
21 “Dalla neutralità assoluta alla neutralità attiva ed operante”.
22 La Triple Entente estaba conformada por los dos imperialismos colonialistas mundialmente dominantes (Inglaterra y Francia) y por la Rusia zarista (conocida por ser una “cárcel de pueblos”’).
23 Inmediatamente después, la demolición teórico-política de este popurrí de argumentos y sofismas fue realizada sistemáticamente por Amadeo Bordiga [§II-3].
24 Informe de Repossi en el Congreso de Roma de 1918. Sólo una veintena de manos se levantaron para rechazar su expulsión. Según Bordiga, muchos socialistas se propusieron para ejecutarlo.
25 A pesar del inmenso prestigio del que gozaba en el Partido, y el golpe que para sus bases significó su vuelco intervencionista y su posterior expulsión, Mussolini no arrastró consigo más que a sectores muy minoritarios de la organización. Al día siguiente de su expulsión, 140 militantes socialistas de Milán hicieron pública su intención de renunciar al Partido en el caso de que no se reconsiderase esta decisión. Dos días más tarde, 300 militantes de la juventud socialista de esta ciudad afirmaron su posición intervencionista y fundaron un círculo secesionista. De Felice estima en unos pocos miles de adherentes los que abandonaron el PSI en base a la adhesión al intervencionismo mussoliniano. [Op.cit., pp.280 y 283]
26 Esta última corriente terminará escindiéndose entre una mayoría neutralista, que se quedó con la Unione Sindicale Italiana (USI), y una significativa minoría intervencionista, quienes fueron expulsados ulteriormente no sin arrastrar con ellos a importantes organizaciones sindicales (la de Milán y Parma, entre otras). Esta minoría fundará en junio de 1918 la Unione Italiana del Lavoro (UIL).
27 El 5-10-1914, retomando los argumentos de Mussolini en su artículo del 10 de octubre, los sindicalistas revolucionarios intervencionistas publicaron un Manifiesto no menos cínico y pro imperialista para la fundación de un Fascio rivoluzionario d’azione internazionalista, llamando al proletariado a imponer al Gobierno su entrada en guerra junto a la Triple Entente en nombre de la “libertad y la civilización contra el autoritarismo y el militarismo teutónico, por la razón contra la fuerza, por la revolución europea (…), por la causa de la revolución social”, “junto a las potencias que combaten por la libertad y la independencia de los pueblos, volviendo más eficaz y decisivo el éxito de la guerra, atenuando sus inmanentes desastres (…)”. “Imponer la guerra (a la burguesía italiana) contra el bloque austro-alemán” era para ellos “la mejor manera de impedir que Italia arteramente pueda mañana ponerse al servicio [de las potencias centrales]”. [De Felice, op.cit., pp.678-681].
28 Sorel mismo adhirió a la política intervencionista del Estado francés, como también lo hizo el campeón del antimilitarismo de la preguerra, Gustav Hervé.
29 Milza, op.cit., p.169. Además de representar la abjuración de todos los principios del internacionalismo proletario y el pasaje activo a la defensa del imperialismo “nostro”, era delirio total la adopción de la hipótesis a la base del intento de querer trascender y metamorfosear una guerra imperialista (por el reparto del mundo en zonas de influencia) en guerra antiburguesa. Aprovechando el debilitamiento de los poderes establecidos, la revolución de 1905 en Rusia, y más tarde la de Octubre 1917 en Rusia, la de 1918 en Hungría y la de 1918 en Alemania, resultaron todas ellas de las revueltas de las masas contra la guerra imperialista, y no a favor de su “radicalización”. Por otra parte, la Comuna de París fue la consecuencia de la derrota de la burguesa francesa en la guerra franco-prusiana, y no de una estrategia política de Unión Nacional como la que preconizaban todos los intervencionistas italianos. La trayectoria de la mayoría de estos intervencionistas, que en la posguerra los llevó a ser los organizadores de la contrarrevolución fascista, no será más que el resultado de su alineación con el imperialismo.
30 Antonio Graziadei (socialista reformista y futuro comunista de derecha), en el Avanti! del 1-9 afirmó la necesidad de un “neutralismo armado”, porque en caso de agresión (a Italia) los socialistas hubieran debido participar en su defensa. El 31-10, exponiendo su punto de vista, Graziadei se mostró comprensivo con el planteamiento político de Mussolini. [De Felice, op.cit., pp.266-267].
31 Cf. su artículo “Neutralittà attiva ed operante”, Il Grido del Popolo, 31-10-1914. [http://gramsci.objectis.net/gramsci/writings/gramscis-writings-italian/pre-prison-writings-texts/1913-1918/neutralita-attiva-ed-operante]
32 Según Fortichiari, con semejante argumento también se hubiera podido justificar un ataque a Francia por Niza, la Saboya y la Córcega, y a Suiza por el cantón italiano de este país.
33 Mingardo, op.cit., pp.74-77.
34 De Felice, op.cit., p.241.
35 En una carta enviada por Ciccotti (Izquierda Intransigente) a Mussolini, y que éste publicó el 1-10 en el Avanti!, aquél decía: “Yo me niego a admitir, aunque sea como hipótesis polémica, que pueda haber en Italia socialistas favorables a la intervención de nuestro país en la guerra europea”, pero no dejó de añadir que simpatizaba con Francia e Inglaterra contra Alemania y Austria. [De Felice, op.cit., p.245].
36 Algunos de los artículos citados de Bordiga pueden ser consultados en las páginas web siguientes: En italiano: http://www.quinterna.org/archivio/1911_1920/1911_20.htm. En francés: http://classiques.uqac.ca/classiques/bordiga_amedeo/histoire_gauche_com_I/Bordiga_HGC_T_I.pdf. En esta segunda referencia el lector encontrará la Historia de la Izquierda Comunista italiana de 1912 a 1919 escrita por Amadeo Bordiga en los años 1960. Algunos de los artículos citados en nuestro trabajo se encuentran en la segunda parte de esta traducción (a partir de la página 186).
37 La deserción de Mussolini, hasta ese momento el incuestionado dirigente y portavoz de la Izquierda Intransigente, y la pérdida del Avanti! como vocero de esta corriente, le quitó un factor nacional de cohesión y de dirección ideológica. Recién en 1918, con la fundación de “Il Soviet”, la Izquierda Intransigente comenzará a generar las condiciones materiales de un nuevo reagrupamiento de la corriente revolucionaria.
38 “I socialista di Napoli e la guerra”, 11-8-1914 [en A. Bordiga, Scritti 1911-1926, ed. Graphos, vol.2, pp.26-27].
39 “Socialismo e «difesa nazionale»”, 21-11-1914 [Ibidem, pp.171-176].
40 Ibidem.
41 “Appello ai socialisti”, 17-9-1914 [Ibidem, pp.62-64]; “Per l’antimilitarismo attivo ed operante”, 22-10-1914 [Ibidem, pp.86-88]; “Si riapre la Camera”, 26-11-1914 [Ibidem, pp.145-146]; “Per farci intendere”, 3-12-1914 [Ibidem, pp.154-155].
42 “Il «fato compiuto»”, 23-5-1915. [Ibidem, pp.254-257]
43 “Socialismo e «difesa nazionale»”, art.cit.
44 “Il socialismo di ieri dinanzi alla guerra d’oggi”, 26 de octubre, 1 y 16 de noviembre de 1914. [Ibidem, pp.106-107]
45 “In tema di neutralità: al nostro posto!”, 16-8-1914 [Ibidem, pp.106-107]; “Il socialismo di ieri dinanzi alla guerra d’oggi”, art.cit. [Ibidem, p.106]; “Socialismo, patria e guerra di difesa”, 6-1-1915 [Ibidem, pp.197-200].
46 “Dinanzi all’incendio”, 12 y 13-8-1914 [Ibidem, p.310].
47 “Dinanzi all’incendio”, 12 y 13-8-1914 [Ibidem, p.310]; “Nulla da rettificare”, 23-5-1917 [Ibidem, pp.302-307].
48 “Il socialismo di ieri dinanzi alla guerra d’oggi”, art.cit. [Ibidem, p.103]; “Comizio a Milano contra la guerra”, 21-12-1914 [Ibidem, pp.184-185]; “Nulla da rettificare”, 23-5-1917 [Ibidem, pp.302-307].
49 “Il socialismo di ieri dinanzi alla guerra d’oggi”, art.cit.
50 Il «fato compiuto»”, art.cit.
51 “Ciò che diviene evidente”, 17-11-1915 [Ibidem, pp.266-270].
52 “Il socialismo di ieri dinanzi alla guerra d’oggi”, art.cit. [Ibidem, p.103]; “Il Partito socialista e l’ora presente”, 18-5-1917 [Ibidem, pp.300-301]. Ello no quita que, en algún otro escrito, Bordiga haya considerado como muy factible la postergación de la reanudación de la lucha revolucionaria al período posbélico. El desencadenamiento de la Revolución rusa volvió a hacer resurgir en él la esperanza de que esta reanudación ocurriese en el curso mismo de la guerra. La marea revolucionaria de 1918 en Alemania confirmará esta expectativa.
53 “La sitazione”, 3-9-1914 [Ibidem, pp.53-54]; “La falsificazione”, 13-4-1915 [Ibidem, pp.227-230]
54 “Socialismo e «difesa nazionale»”, art.cit. [Ibidem, pp.171-176].
55 “L’irredentismo”, 11-1-1914 [A. Bordiga, Scritti …, vol.1, pp.351-354]; “La borghesia e il principio di nazionalità”, 24-1-1915 [A. Bordiga, Scritti …, vol.2, pp.201-207]. Los argumentos políticos y teóricos de Bordiga contra las justificaciones de la guerra mundial que se apoyaban en el supuesto “principio de nacionalidad”, según el cual toda nacionalidad tendría derecho a un Estado propio, se inscribieron en la tradición marxista. Este principio jamás fue reconocido por el marxismo, y el rechazo de Bordiga estuvo en completo diapasón con Marx et Engels, quienes sólo reconocían el derecho a un Estado nacional a los pueblos con continuidad histórica, con un marco territorial definido e inscriptos en la tendencia al progreso económico y social. Este supuesto “principio de nacionalidad“ era funcional a las burguesías europeas para reivindicar el irredentismo de algunos territorios, es decir, para reclamar territorios con poblaciones con ciertas características afines, como en los casos de la burguesía alemana para exigir la Alsacia-Lorena, habitada por poblaciones de habla de origen germano, y de la francesa por haber pertenecido en el pasado a Francia; o de la burguesía italiana para reclamar la región de Trieste (de lengua italiana) que estaba integrada al Imperio Austro-Húngaro.
56 “La falsificazione”, 13-4-1915 [Ibidem, pp.227-230]
57 “Per il socialismo rivoluzionario, contro le degenerazioni”, 17-12-1914 [Ibidem, pp.177-179].
58 “Il proletariato e la guerra”, 6-8-1914 [A. Bordiga, Scritti …, vol.2, pp.19-22].
59 Lenin, “Bajo un pabellón extranjero”, 1915.
60 Tal fue la posición de Engels a fines del Siglo XIX ante los movimientos de nacionalidad en los Balcanes, por el peligro de una conflagración bélica en Europa. Por ello, Engels afirmó: “Nosotros debemos colaborar a la liberación del proletariado de Europa occidental y debemos subordinar todo el resto a este objetivo. Y los Eslavos de los Balcanes, etc., pueden ser muy dignos de interés, (pero) a partir del momento que su deseo de liberación entra en conflicto con el interés del proletariado, ¡muy bien pueden ellos irse al diablo! (…) La victoria del proletariado los liberará efectivamente (…)”. [Carta de Engels a Eduard Bernstein, 23-25/2/1882]
61 “Es solamente en las guerras coloniales que aquellos que establecen ciertas distinciones jurídicas en el campo del empleo de la violencia pueden establecer con certeza, de hecho y en derecho, la existencia y el origen de una prevaricación” [Socialismo e «difesa nazionale»”, Scritti …, vol.2, p.173]. “¿Es que nosotros negamos que las luchas de nacionalidad y de raza tienen incluso hoy una notable importancia? No, por cierto. No se pude cerrar los ojos ante estos fenómenos”. [“L’irredentismo”, 11-1-1914, Scritti …, vol.1, pp.352-353].
62 Ambas localidades suizas del cantón de Berna.
63 De los cuales 6 integrarán en 1920 el Partido comunista de Alemania y 3 permanecerán en la corriente centrista de la socialdemocracia alemana (entre ellos, Georg Ledebour). Dos de los participantes (Ledebour y Herzfeld) formaron parte del grupo de 14 diputados del Reichstag que el 3 de agosto de 1914 habían sido partidarios de votar contra los créditos de guerra, pero finalmente lo hicieron por disciplina de grupo. Sin embargo, en el mes de diciembre de 1914, ellos se opusieron a Karl Liebchnekt cuando, solo contra todos, éste rehusó renovar su voto. Movilizado por el Ejército, Liebknecht envió a la Conferencia una carta de adhesión.
64 1 sindicalista revolucionario (Alphonse Merrheim) y un socialista sindicalista (Albert Bourderon).
65 3 bolcheviques (entre los cuales estaban Lenin y Zinóviev), 2 mencheviques, 1 internacionalista en representación de “Naché Slovo” (Trotsky) y 2 socialistas revolucionarios.
66 Karl Radek (izquierda socialista en Polonia y Alemania, pro-bolchevique); Pawel Lewinson (izquierda socialista y más tarde bolchevique); Adolf Warszawski (izquierda socialista y más tarde comunista).
67 Balabanoff, Lazzari, Serrati por la Dirección del Partido, y Modigliani y Morgari en representación del grupo parlamentario.
68 Futuros comunistas.
69 Henriette Roland Holst, izquierda socialista y futura “extrema izquierda” consejista.
70 Christian Rakovski, izquierda socialista y futuro bolchevique.
71 Vasil Kolarov, futuro dirigente comunista.
72 Organización socialista de trabajadores judíos de Europa del Este.
73 “Manifiesto de Zimmerwald”.
74 Ibidem.
75 “El Manifiesto de Basilea, unánimemente adoptado por los socialistas del mundo entero en previsión de una guerra entre las grandes potencias (…) ha reconocido nítidamente el carácter imperialista y reaccionario de esta guerra, (…) y ha proclamado la inminencia de la revolución proletaria, precisamente como resultado de esta guerra. Efectivamente, la guerra crea una situación revolucionaria; ella engendra un estado de ánimo revolucionario y una efervescencia revolucionaria en las masas. (…) Apoyándose en este estado de ánimo para su agitación revolucionaria, sin dejarse detener por la idea de la derrota de “su” patria, los socialistas no engañan al pueblo con la esperanza ilusoria de una paz próxima y de cierta duración, democrática y que excluya la opresión de las naciones gracias a la esperanza del desarme, etc., sin derrocamiento revolucionario de los gobiernos actuales. Sólo la revolución social del proletariado abre la vía a la paz y a la libertad de las naciones”. [Lenin, “Proyecto de Resolución de la izquierda de Zimmerwald”, 2-9-1915]. Ya en noviembre de 1914 Lenin había escrito: «¡Abajo el estúpido sentimentalismo de deseos piadosos sobre “la paz a cualquier precio”! ¡Levantemos el estandarte de la guerra civil!». [Lenin, “La situación y las tareas de la Internacional”, 1-11-1914]
76 El “Proyecto de Resolución” y el “Proyecto de Manifiesto” presentados por Radek en nombre de la izquierda de Zimmerwald fueron rechazados por la mayoría de los delegados. https://www.marxists.org/francais/radek/works/1915/09/resolution.htm
https://www.marxists.org/francais/radek/works/1915/09/manifeste.htm
77 “Desconectada de la lucha de clase revolucionaria del proletariado, la lucha por la paz no es más que una frase pacifista de burgueses sentimentales o que engañan al pueblo. (…) Al inicio del Manifiesto hemos dicho firme, clara y netamente a las masas que la causa de la guerra es el imperialismo y que el imperialismo es el “sometimiento” de las naciones, de todas las naciones del mundo, por un puñado de “grandes potencias”. Nosotros debemos ayudar a las masas a derrocar al imperialismo, sin lo cual la paz sin anexiones es imposible. (…) No se debe engañar a las masas con la esperanza de una paz lograda sin derrocamiento del imperialismo.” [Lenin, “Carta a la Comisión socialista Internacional”, septiembre de 1915]
78 “¡La Tercera Internacional tiene la tarea de organizar las fuerzas del proletariado para el ataque revolucionario contra los gobiernos capitalistas, la guerra civil contra la burguesía de todos los países por el poder político, por el triunfo del socialismo!”. [Lenin,“La situación y las tareas de la Internacional”, 1-11-1914]. “La unidad de la lucha proletaria para la revolución socialista exige ahora, después de 1914, que los partidos obreros se separen absolutamente de los partidos oportunistas” [Lenin, “¿Qué hacer ahora?”, 1915]. “La crisis creada por la Gran Guerra ha arrancado el velo, ha barrido las convenciones, ha provocado la eclosión del absceso madurado desde hace mucho y ha mostrado el oportunismo en su verdadero papel de aliado de la burguesía. Ahora es necesario que esté completamente desvinculado, en el terreno de la organización, de los partidos obreros. La era imperialista no puede tolerar la coexistencia, en un mismo partido, de la vanguardia del proletariado revolucionario y de la aristocracia semi pequeño-burguesa de la clase obrera que goza de migajas de los privilegios conferidos a «su» nación por la situación de «gran potencia». La vieja teoría que presenta el oportunismo como un «matiz legítimo» dentro de un partido único, ajeno a los «extremos», es hoy la peor mistificación de los trabajadores y el peor obstáculo para el movimiento obrero” [Lenin, “La bancarrota de la II Internacional”, junio 1915].
79 El grupo mayoritario contaba con aproximadamente 20 delegados (la mayoría de los alemanes, los franceses, algunos italianos, los polacos y los mencheviques rusos). Lenin dio un Informe sobre el desarrollo de la Conferencia en “Los marxistas revolucionarios en la Conferencia Socialista Internacional (5-8/9/1915)”, 11-10-1915.
80 El Informe oficial de la Conferencia tuvo la extrema precaución de aclarar que “[la convocación de] la Conferencia no tenía en absoluto el objetivo de crear una nueva Internacional”. [J. Cuzeville, “Zimmerwald”, ed. Demopolis, p.50]
81 Lenin señaló ulteriormente que, en la versión publicada del Manifiesto, el pasaje votado que llamaba al proletariado a “una lucha de clase revolucionaria” por los objetivos mencionados, se transformó en “la lucha de clase intransigente” (¿por obra y gracia de los “intransigentes” italianos para quienes ese tipo de política no tenía ningún contenido revolucionario?). [“Carta a la Comisión socialista Internacional”, septiembre de 1915]
82 No sin que la Izquierda de Zimmerwald hiciese la siguiente declaración: “El Manifiesto aceptado por la Conferencia no nos satisface del todo. En él no hay nada en particular sobre el oportunismo declarado o lo que hay detrás de las frases radicales – de este oportunismo que no sólo tiene la responsabilidad principal del colapso de la Internacional, sino que también quiere perpetuarse. El Manifiesto no especifica claramente los medios para oponerse a la guerra. Nosotros continuaremos, en la prensa socialista y en las reuniones de la Internacional, a defender una actitud marxista decidida ante los problemas que el imperialismo plantea al proletariado. Aceptamos el Manifiesto porque lo vemos como un llamado a la lucha, y porque en esta lucha queremos caminar codo con codo con los demás grupos de la Internacional”.
83 Ya en mayo de 1916, numerosas organizaciones políticas y sindicales habían adherido a los objetivos de Zimmerwald: PS italiano, CGdL italiana, PS suizo, British Socialist Party, Independent Labour Party de Inglaterra, PS rumano, Partido bolchevique, Partido menchevique, Partido Socialista Revolucionario ruso, Bund, los tres Partidos socialistas polacos, PS búlgaro, Federación de sindicatos búlgaros, PS portugués, Federación Socialista de Salónica, Federación Juvenil Socialista de Suecia y Noruega, Socialist Labor Party de los EE.UU, Socialist Party de los EE.UU., Grupo de lengua alemana del Socialist Party de América, PS letón, Federación de la Juventud socialista de Dinamarca, Organización de la Juventud socialista de Madrid, Liga Socialista Internacional de Africa del Sur, diversos grupos de la minoría de la socialdemocracia alemana, Unión Socialista Revolucionaria de Holanda, Grupo de estudiantes socialistas revolucionarios de Francia, Grupo des Temps Nouveaux de Francia, minorías sindicalistas y socialistas de Francia.
84 Entre los cuales había 8 italianos: además de los 5 presentes en Zimmerwald, estuvieron los diputados Prampolini (reformista), Elia Musatti (intransigente) y Enrico Dugoni (reformista).
85 La posición bolchevique fue detallada en Lenin, “Proposición del Comité Central del P.O.S.D.R. a la Segunda Conferencia Socialista”, febrero-marzo 1916, Obras Completas, vol.23, pp.282-292.
86 “La lucha contra la guerra y el imperialismo, consecuencia de los sufrimientos y los sacrificios de los pueblos, se intensificará cada vez más como consecuencia de los infortiunios causados por los flagelos de la época imperialista. El socialismo desarrollará y dirigirá al movimiento de las masas contra la carestía de la vida, por las reivindicaciones agrarias de los trabajadores campesinos, contra la desocupación, los nuevos impuestos y la reacción política, hasta que se transforme en la lucha internacional por el triunfo final del proletariado”.
87 “Si el Comité Ejecutivo del BSI convocase a una reunión del Buró Socialista Internacional, la Comisión Socialista de Berna (Zimmerwald) deberá convocar a la comisión ampliada para acordar una actitud común a todos los zimmewaldianos. La Conferencia reconoce el derecho de las secciones socialistas nacionales que adhieren a Zimmerwald a solicitar la convocación del Buró Socialista Internacional”. El 27-11-1915, la Comisión Socialista de Berna misma había declarado, como contribución al restablecimiento de la II Internacional, que estaba dispuesta a disolverse si el Buró Socialista de la II Internacional retomase su actividad.
88 Lenin, “Proposición del Comité Central del P.O.S.D.R. a la Segunda Conferencia Socialista”, doc.cit., pp.192-193.
89 “Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional”. [www.marxists.org/espanol/luxem/1916/xx.htm]
90 Lenin combatirá decididamente esta posición que era compartida incluso por bolcheviques como Bujarin, Piatakov o Radek. Cf. “Sobre el derecho de las naciones a disponer de sí mismas”, junio de 1914; “El proletariado revolucionario y el derecho de las naciones a disponer de sí mismas”, octubre 1915; “La revolución socialista y el derecho de las naciones a disponer de sí mismas”, abril 1916; “Acerca del opúsculo de Junius (Rosa Luxemburgo)”, julio 1916; “Balance de una discusión sobre el derecho de las naciones a disponer de sí mismas”, octubre 1916.
91 En el mismo momento de la Conferencia de Kienthal tuvo lugar la insurrección nacional irlandesa contra la ocupación británica.
92 www.marxists.org/francais/trotsky/oeuvres/1916/01/lt19160100.htm
93 Cartiglia, op.cit., pp.189-191. El documento fue publicado en el Avanti! el 10-5-1917.
94 Cartiglia, op.cit., p.169.
95 La República; el derecho de voto para las mujeres; la política exterior decidida por el Parlamento; la autonomía administrativa de las comunas y de las regiones; una política de desarrollo industrial y agrícola que apuntase a reparar rápidamente la miseria y la devastación provocadas por la guerra, y a disminuir la hemorragia migratoria de trabajadores italianos; una política de defensa del consumidor; una serie de reformas de defensa de los trabajadores (seguro de desocupación, de enfermedad y de vejez, escolaridad obligatoria hasta los 18 años, inspección del trabajo, leyes de contrato de trabajo, jornada de 8 horas, salario mínimo, participación de los sindicatos en lo que hace a las cuestiones laborales y los contratos de trabajo); una política agraria reformista basada en la expropiación de las tierras incultas o mal cultivadas; un sistema tributario “más justo”; la extensión de los monopolios estatales; empréstitos obligatorios para financiar la reconstrucción del país. Esta política de reformas fue casi integralmente implementada por todos los Estados luego de la II Guerra Mundial.
96 Andrea de Clementi, “Amadeo Bordiga”, Einaudi, 1971, p.57; y Cortesi, op.cit., p.640.
97 Luigi Cortesi, “Le origine del PCI”, Ed. Laterza, pp.389-390.
98 Bordiga, “Scritti …”, vol.2, pp.300-301. El 1-2 de julio la Sección de Turín votó una moción con esa misma orientación, directamente dirigida contra la Santísima Trinidad: “Principalísima misión del Partido socialista es guiar al proletariado e imponer la paz recurriendo a todos los medios que las circunstancias puedan ofrecer, y predisponer y organizar con este objetivo a la fuerza de la clase obrera” [Bordiga, “Storia …”, p.110]. A fines de agosto de 1917, en la Sección de Milán, la izquierdista Abigaille Zanetta hizo aprobar una Resolución que afirmaba que el proletariado debía aprovechar toda debilidad de la clase capitalista y “la necesidad de una acción revolucionaria que apunte a la liquidación de la guerra” [Mingardo, op.cit., pp.141-142].
99 Recién 22 meses después, en diciembre de 1918, Bordiga y sus allegados comenzarán a extraer las consecuencias de esta situación, y fundarán Il Soviet de Nápoles como polo de estructuración de una de las corrientes que será decisiva en la formación del Partido comunista.
100 Bordiga, “Storia …”, pp.315-317.
101 En su respuesta del 24-8-1917 a las de críticas de la FIR contra la Dirección del Partido, Lazzari precisó que la responsabilidad de esta Dirección era la de “conducir a salvo a nuestro movimiento a través de las dificultades actuales”. [Cartiglia, op.cit., pp.185-186]
102 Mingardo, op.cit., p.113.
103 El mismo día de la declaración de guerra, la Junta comunal de Boloña publicó una Resolución donde se afirmaba: “Saludamos a aquellos que parten hacia los campos de batalla para preparar la auspiciada victoria, y nos dirigimos a aquellos que quedan (aquí) para solicitarles cooperación para que la vida civil continúe calma y digna (…) y asegure a aquéllos que no en vano cumplirán con su deber”. [Cartiglia, op.cit., pp.183-184]
104 La presión sobre las masas trabajadoras fue tal que, en Turín, “hasta mujeres [que trabajaban de 10 a 12 horas diarias, ndr.] y niños eran enviados por 4, 5, 8 días a las prisiones del 6° Regimiento de artillería de la fortaleza o en las cárceles militares de la via Ormea”. [Adolfo Pepe, “Movimento operaio e lotte sindicali (1880-1922)”, Loescher Editore Torino, 1976, pp.239-240].
105 Un índice claro del estado de ánimo de las masas fueron las aclamaciones de “¡Viva Lenin!” con el cual aquéllas recibieron en Roma, Florencia, Ravenna, Boloña, Milán, Novara, Turín, es decir en todas partes, a los delegados Goldenberg (socialista independiente y ex bolchevique) y Smirnov (menchevique) del Soviet de Petrogrado (controlado por los mencheviques y los socialistas revolucionarios antibolcheviques). Estos formaban parte de la delegación rusa junto a Ehrlich (del Bund, el Partido obrero judío) y Russanov (s-r).
106 “Durante la primavera y el verano de 1917 los Prefectos señalaron manifestaciones de protesta, ausentismo laboral y desórdenes por todo el territorio nacional. La intensidad y la frecuencia de estas agitaciones, de acuerdo con los documentos repertoriados, fueron diferentes de región a región, de ciudad a ciudad. Los índices más altos se refieren a las siguientes cabezas de provincia: Alessandria, Arezzo, Avellino, Bari, Boloña, Caserta, Catania, Catanzaro, Cosenza, Florencia, Génova, Lecce, Messina, Milán, Novara, Perugia, Piacenza, Pisa, Potenza, Roma, Rovigo, Turín, Verona. Índices más bajos (de conflictividad social) se encuentran en las siguientes ciudades: [sigue una lista de 24 ciudades]. No se constataron conflictos en las siguientes localidades: [sólo se nombran 8 ciudades en todo el país]”. “De octubre a diciembre de 1917, agitaciones (aunque menos intensas que en los meses precedentes) tuvieron lugar en las provincias de Bari, Campobasso, Caserta, Catanzaro, Cosenza, Florencia, Foggia, Girgengti, Lecce, Mesina, Milán, Novara, Pisa, Porto Maurizio, Potenza, Reggio Calabria, Roma, Siracusa, Torino”. [Stefano Caretti, “La rivoluzione russa e il socialismo italiano (1917-1921)”, Ed. Nistri-Lischi, 1974, pp. 43-44 y 114]
107 “[Durante la guerra] los precios no cesaron de aumentar en proporciones vertiginosas, pasando del índice 100 en 1913 a 413 en 1918, en tanto que los salarios sólo progresaron en ese mismo período en un 250%; dicho de otra manera, hubo una caída espectacular del poder adquisitivo de los trabajadores en el momento en que éstos estaban sometidos en las fábricas a una disciplina rigurosa, a la que venían a añadirse las dificultades de aprovisionamiento y los sufrimientos que implicaban para la gente con ingresos modestos. Todo ello terminó por provocar un vivo descontento en las capas menos favorecidas de la población, ya sea en las ciudades en donde la miseria convivía con el lujo insolente de los aprovechadores enriquecidos con los beneficios de la guerra, o en las campañas vaciadas de su población masculina y enviada al frente para formar el grueso de los contingentes de infantería” [Milza, op.cit. p.205]. En el mes de agosto, en Turín, la dificultad en conseguir provisiones hizo que los obreros y obreras tuviesen que ir a trabajar en ayunas [Pepe, op.cit. pp.241-242].
108 Turati, único orador previsto en la convocatoria del 1° de Mayo, fue duramente cuestionado por los manifestantes, se opuso a la manifestación callejera, se dirigió a las autoridades prefectorales para darle consejos de cómo actuar para apaciguar la protesta (lo que permitió “tranquilizar” a las autoridades acerca de las intenciones de los dirigentes socialistas), y calificó al movimiento de “revuelta salvaje”.
109 Mingardo, op.cit., pp.130-134. La reunión del 8-9/5 con la participación de la Dirección del PSI, del grupo de diputados, de la CGdL y de representantes de las Secciones de Milán y Turín, concluyó reclamando – contra los militantes de la Izquierda Intransigente que habían participado activamente en el movimiento – la disciplina de Partido y prohibió “asumir iniciativas aisladas y fragmentarias”. En esta reunión Serrati se distinguió declarándose a favor de las manifestaciones y de que el Partido participase en ellas “para dirigir a la multitud e imponer al Gobierno la reclamada conclusión de la paz”. Días más tarde, Turati reafirmó sus posiciones al sostener que “sólo el histerismo y la impulsividad” podían provocar los movimientos de masas, mientras que la acción del Partido socialista hubiera debido estar guiada “por la reflexión y la razón”. [Ibidem, p.135 y Pepe, op.cit., p.252]. En esa misma reunión, según un informante de la Policía secreta (cuyo informe coincidía con el contenido de una carta de Turati a Ana Kusciliof del 10-5-1917), el “intransigente Lazzari declaró que la Dirección del Partido trataba de actuar con la mayor cautela respecto al país en guerra” y no quería “asumir la responsabilidad de una acción revolucionaria que pusiese al país a la merced del enemigo. Y ello por lo menos hasta que, luego de la Revolución rusa, en Alemania no se intente un cambio de régimen (…) En un país como el nuestro, constitucional desde hacía 50 años, el Partido socialista no puede ni debe (…) actuar sino en el terreno parlamentario y no está en su idiosincrasia concertar conspiraciones ni preparar conjuraciones. En torno de estos criterios todos los representantes de la Conferencia socialista estuvieron de acuerdo” [Luigi Cortesi, “Le origine del PCI”, Ed. Laterza, pp.382-383]. Obsérvese que la declaración de Serrati no estaba en total contradicción con la de Lazzari, pues la participación en las manifestaciones de masas preconizada por aquél se proponía únicamente presionar al gobierno para concluir la paz.
110 En su informe sobre los acontecimientos, el Prefecto de Turín escribió: «Las masas están excitadas como consecuencia de las continuas arengas revolucionarias (…) contra la guerra y a favor de una insurrección y de la imitación de lo que ha ocurrido en Rusia para poner fin a la guerra”. La policía dio más tarde testimonio de que multitud enfrentó a las fuerzas de represión al grito de “¡Viva la Paz!, ¡Abajo la Guerra!, ¡Viva la Revolución!, ¡Viva Lenin!”. [Caretti, op.cit., p.83]
111 El Avanti! (dirigido por Serrati) incluyó las noticias de Turín en la segunda o tercera página, sin ponerlo de relieve como hubiera sido necesario en el caso de querer involucrar al resto del proletariado italiano.
112 La estimación oficial fue de 41 muertos y 139 heridos, pero extraoficialmente se estimó que el número de muertos no fue menor a 500 y el número de heridos en varios miles.
113 El relato de los acontecimientos fue publicado en Lo Stato Operaio, Año I, n°6, 1927. [Pepe, op.cit., pp.239-251]
114 El Informe del Tribunal Militar de Turín dio una vívida descripción de la radicalización de la situación en este período. El acto de acusación del Tribunal habla de la agitación social y política a partir del mes de mayo y de los movimientos insurreccionales ocurridos entre los días 22 al 26 de agosto; de la declaración de la huelga general; de manifestaciones violentas y de enfrentamientos con la tropa y la fuerza pública; de reuniones públicas con la presencia de obreros, mujeres y soldados que vitoreaban a Lenin; de oradores que llamaban a las mujeres a sublevarse para que, en vez de fabricar proyectiles, no defiendan a la patria de la burguesía sino a la de los proletarios de todas las naciones; que saludaban a la Revolución rusa y llamaban a los italianos a deshacerse de la Monarquía; a terminar con el yugo de la burguesía y a hacer flamear la bandera roja de la Revolución; que llamaban a los soldados a hacer causa común con el proletariado para que se unan a él y hacer triunfar la causa de la revolución social y terminar con la guerra; de la vívida repercusión de las palabras de los oradores sobre las multitudes; de la conquista del poder por parte del proletariado como único modo de terminar con la guerra; del Manifiesto del 24-8 de la Sección del PSI llamando al proletariado a continuar la huelga general; de la ocupación militar de la Camera del Lavoro; de la detención de dirigentes de la “fracción rígida” los días 25 y 26-8; del llamado final del 26-8 de la misma Sección (firmada por Serrati y Morgari, llegados a Turín el día 24) llamando a terminar la huelga como consecuencia de “la fuerza brutal del Estado burgués, de la inconciencia de los proletarios bajo bandera, y de la dolorosa falta de preparación de nuestra organización para una acción resolutiva” [Cartiglia, op.cit., pp.191-197]. Francesco Barberis (Izquierda Intransigente y consejero provincial) será condenado por el Tribunal Militar a 6 años de cárcel; Serrati a 3 años y 6 meses; María Giudice (Izquierda Intransigente y directora del Grido del Popolo), Zaverio Dalberto (secretario de la Camera del Lavoro) y Giuseppe Pianezza (socialista bajo bandera) a 3 años y un mes.
115 La guerra provocó la movilización de 5,6 millones de hombres. Según las (dudosas) fuentes oficiales, las bajas fueron de 680 mil militares muertos, más de un millón de heridos, casi medio millón de mutilados y 600 mil desaparecidos o prisioneros capturados por el enemigo [Renzo del Carria, “Proletari senza rivoluzioni”, ed. Savelli, 1975, p.69]. Otro autor hace también referencia a 600 mil muertos o enfermos graves por afecciones derivadas de la guerra [Cartiglia, “Il Partito Socialista italiano (1892-1962), ed. Loescher, 1978, p.210].
116 La situación fue a tal punto crítica que el frente recién pudo estabilizarse en el Piave por dificultades logísticas del Ejército austro-alemán, por la falta de voluntad de Alemania para continuar la ofensiva, y por la llegada en apoyo de 6 divisiones francesas y 5 británicas.
117 «Los quince días que transcurren entre el derrumbe de nuestras líneas en Tolmino y en el Plezzo y su reconstitución detrás del Piave estuvieron entre los más dramáticos de nuestra historia reciente. El Ejército parecía estar en camino a su completa desagregación, una vasta región italiana que iba hasta los limites de la laguna veneciana estaba en manos del enemigo; si él hubiera atacado desde la Giudicaría, hasta el destino de Milán hubiese sido incierto. Y esto ocurría mientras Italia estaba sin Gobierno [dimitido el 25-10, ndr.] (el Gobierno de Orlando recién fue nombrado el 30 de octubre). Algunos intervencionistas creyeron que todo estaba perdido (…) El 30 de octubre el “Corriere della Sera” reclamaba la Unión Sagrada y, cuatro días después, el 3 de noviembre, ya constituido el Gobierno de Orlando, auguraba una “participación importante en el gobierno de los partidarios de Giolitti y quizá de los socialistas oficiales”. En tanto, entre los jefes militares se discutía la oportunidad de llevar adelante la retirada hasta el Adige [es decir, hasta Bolzano y Verona, ndr.]» [De Felice, op.cit. pp.365-366]. Este autor no dejó de añadir: «Estamos totalmente de acuerdo con L. Valiani (…) cuando escribe que “el único momento en que, durante la guerra, un movimiento revolucionario hubiera sido objetivamente posible en Italia, se tuvo con Caporetto”. La misma impresión se tiene a partir de los informes de la policía durante aquellas semanas y, más generalmente, de los hechos de Turín en los primeros meses de 1918».
118 Cuando los bolcheviques impusieron en el II Congreso de la Internacional Comunista las Tesis de Lenin sobre la cuestión agraria, toda la socialdemocracia internacional se levantó al unísono para denunciar el “oportunismo” bolchevique, e incluso los delegados italianos que se declararon comunistas (Serrati y Bordiga) expresaron reservas hacia un programa que no proponía exclusivamente el Ideal (final) de la “la socialización de la tierra y de las explotaciones agrícolas”, sin tener en cuenta el proceso histórico y técnico que debiera conducir a él. Bordiga, tardíamente, en 1921, luego de la constitución del Partido comunista de Italia, dará pruebas de haber entendido el problema [cf. Bordiga, “La questione agraria” – http://www.quinterna.org/archivio/1921_1923/questione_agraria.htm]. Una traducción en castellano fue publicada en “El Programa Comunista”, n°32 (octubre 1979) y n°33 (enero 1980)]. En 1917-1918 la socialdemocracia italiana perdió la oportunidad de aunar a las masas obreras y al campesinado pobre de toda Italia en la lucha contra la guerra y el Orden establecido.
119 De Felice, op.cit., pp.366-368.
120 Decenios después Bordiga lamentará haberlo impedido (emitiendo la hipótesis de que, si los hubieran dejado hacer, las condiciones políticas de la escisión, que finalmente tuvo lugar en enero de 1921, hubiesen madurado más rápidamente). [Bordiga, Storia …, pp.113 y 116]
121 “En el mes de diciembre, (el diputado socialista) Sandulli reclamó el enjuiciamiento por parte de la Alta Corte [de los altos mandos militares] Cadorna, di Porro y de todos los miembros de los tres gabinetes de guerra; Modigliani a su vez pidió la apertura de las tratativas de paz, haciendo vislumbrar, en caso contrario, el fantasma amenazador de la Revolución”. [Ibidem]
122 Durante toda la guerra, con su consigna de “Ni adherir, ni sabotear”, la Dirección del PSI, hizo malabarismos entre el reformismo favorable a la victoria de Italia y la Izquierda intransigente que quería aprovechar las dificultades de la burguesía italiana para favorecer la lucha revolucionaria. Al mismo tiempo que impidió que el GPS votase los créditos de guerra, Lazzari intervino “en el Congreso de la Federación Juvenil (23-24 de septiembre de 1917) con un discurso moderador, incitando a la prudencia, a la valorización del sentimiento de patria, al respeto de las tradiciones”. [Cortesi, op.cit., p.640]
123 El Monte Grappa fue un centro neurálgico de las defensas italianas después de Caporetto.
124 Cortesi, op.cit., p.645.
125 Discurso de Turati en el Parlamento (23-3-1917). [Cartiglia, op.cit., pp.197-198]
126 «En el discurso que Turati pronunció (…) en el aula del Consejo Comunal de Milán el 12 de agosto (…) fueron hábilmente alternados el reconocimiento de la insurrección de febrero en cuanto derrocamiento del zarismo y su inmediata delimitación a un área institucional y socio-económica atrasada; la valoración del concurso (en él) de la “burguesía del trabajo”; la desaprobación de la guerra (por parte de los obreros y campesinos, ndr.) y, por otra parte – lo que era casi una advertencia a los mismos socialistas rusos – la habitual y rígida exclusión de la paz separada, “la paz de la cobardía y de la traición”». Excluyendo la repetición de semejantes acontecimientos en Italia, Turati afirmó que “nosotros no tenemos aquí un zarismo que derrocar”, mientras que “progresos no menos equivalentes podrían producirse, en el camino de grandes reformas sociales, gracias al esfuerzo redoblado, constante e inteligente del pueblo, en países como los nuestros, mejor preparados para el desarrollo de la industria y para las realizaciones socialistas, y que ya poseen las armas de conquista política que (ellos, los rusos) han tenido necesidad de arrancar por medio de un acto de violencia transitoria” [Luigi Cortesi, “Le origine del PCI”, tomo II, Ed. Laterza, pp.344-345]. Lo menos que se puede decir es que el reformismo tenía continuidad en las ideas en defensa de la democracia burguesa contra una posible revuelta proletaria.
127 Cartiglia, op.cit., p.198.
128 Luigi Cortesi, “Le origine del PCI”, pp.347-348; Caretti, op.cit., p.140.
129 Caretti, op.cit., pp.119-120. En su campaña antibolchevique, Crítica Sociale abrió en octubre de 1918 sus páginas a Karl Kautsky.
130 Ibidem, p.127.
131 Caretti (op.cit., pp.114-115) hace referencia a las múltiples detenciones a fines de 1917 y principios de 1918 como consecuencia de las actividades de propaganda y agitación de obreros en las fábricas y de soldados que toman como ejemplo la obra revolucionaria y por la paz de los bolcheviques.
132 “En el terreno internacional confirmamos nuestra referencia a Rusia (…) Las secciones deben seguir atentamente con simpatía los acontecimientos en Rusia, donde por mérito y gloria de aquellos compañeros se está realizando la paz y el socialismo. (…) Nosotros tenemos la viva esperanza de que los socialistas rusos tendrán el honor de haber vuelto a dar al mundo la paz y al socialismo internacional las trayectorias para su realización. Nosotros que fuimos en Zimmerwald solidarios con los compañeros rusos debemos hacer votos entusiastas para que la república proletaria triunfe contra todos sus enemigos” [Ibidem, p.117]. Esta declaración les valió a Lazzari y a Bombacci la condena a prisión por actividad anti patriótica y derrotista.
133 Cortesi, op.cit., pp.326.
134 Ibidem, pp.326-327.
135 El lector podrá consultar la brillante presentación marxista de la Historia de la Revolución Rusa de 1917 en el libro homónimo de Trotsky. Cf. https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo1/index.htm y https://www.marxists.org/espanol/trotsky/1932/histrev/tomo2/index.htm
136 Caretti, op.cit., p.120 y 131.
137 Ese mismo mes, el 14 de junio de 1918, el Comité Ejecutivo de los Soviets de toda Rusia excluyó de sus filas, por actividades contrarrevolucionarias, a los s-r de derecha y a los mencheviques. [Cf. E.H.Carr, “La Revolución Bolchevique (1917-1923), vol.I, p.179, Ed. Alianza Universal]
138 “Nosotros somos leninistas (…) en cuanto el leninismo, más que una doctrina, es solamente un método, de hecho apenas una forma de lucha del proletariado internacional (…). Lenin no discute la teoría. Ha aferrado el timón y quiere poner la proa hacia su meta, nuestra meta (…) [Lenin] quiere que el debilitamiento [que la guerra] provoca en todos los detentores del poder vuelva más fácil el ascenso [al poder] de la clase trabajadora” [“Gli avvenementi di Russia – Lenin”, Avanti!, 6-9-1918], citado en Caretti, op.cit., pp.135-136].
139 Cortesi, op.cit., pp.340 y 363-368.
140 “Ancora più avanti”, 3-6-2017; “Nulla da rettificare”, 23-5-2017.
141 Cortesi, op.cit., p.368.
142 Cuando los bolcheviques impondrán en 1920 la ruptura organizativa con el reformismo como condición sine qua non de la adhesión a la futura Internacional Comunista, Serrati retrocederá decididamente, porque lo suyo era la mera “intransigencia”… parlamentaria, la que no exigía mucho más que ir a votar en las urnas y en los Parlamentos de cierta manera, y no de otra. Serrati mismo era consciente de su propia impotencia. En el Avanti! del 2 de noviembre de 1917, él confesó públicamente que en el pasado le había faltado coraje para oponerse decididamente a los “compañeros socialistas” que habían aceptado avenencias con el Estado burgués; cuanto mucho, en un sobresalto espasmódico de “revolucionarismo”, Serrati había sugerido a esos traidores al socialismo que tuviesen el coraje que él no tenía, el de irse por decisión propia [Ibidem, p.372]. Pero la conciencia de su propia abulia no la podía -ni la pudo más tarde- transformar en voluntad revolucionaria. Serrati jamás modificará esa idiosincrasia que será por doquier una característica del centrismo socialdemócrata.
143 Cortesi, “Le origine del PCI”, op.cit., pp.383-385.
144 Más allá de su propia subjetividad “revolucionaria” o socialista, la alineación objetiva de la intransigencia unitaria con el Orden burgués está expresada (aunque más no sea inconscientemente) en un documento escrito por Lazzari en la cárcel (donde estuvo de febrero a septiembre de 1918 por su rechazo de la “unión sagrada” ante la derrota de Caporetto): “¡Como si la derrota estuviese en las intenciones y en los propósitos del Partido! Nosotros sabemos que la derrota implicaría un cambio en el comportamiento del pueblo italiano, y ni siquiera podríamos ilusionarnos (con ella) como medio apto para el desencadenamiento de una revolución, porque nosotros queremos verdaderamente la muerte de la dominación burguesa, pero para asegurar el éxito y la introducción del régimen socialista tiene que ser una muerte natural (¡sic!) y no una muerte violenta. Quizá en ello resida el daño y el error, por otra parte involuntario, de Lenin”. En la carta del 24-8-19 a la Dirección de la FIR, Lazzari había expresado la idea angelical y pacifista de que a la doctrina socialista “le repugnaba los métodos de sabotaje”, y que el PSI tenía una “tradición de mejoramiento social y de bondad” que le impedía “aumentar los daños y los dolores” [Ibidem, pp.388-389]. Para satisfacer las expectativas de la intransigencia unitaria, el Estado burgués hubiera debido hacerle el favor de dejarse “morir de muerte natural”… A la eterna espera de tan revolucionario evento, el PSI debía oponerse concretamente a toda violencia revolucionaria. Ante semejantes enemigos, la burguesía italiana podía decir para sí: “¡Continúa con tu cháchara, poco me importa!”.
145 Caretti (op.cit., pp.45-46) cita ejemplos de agitación obrera y de la base socialista contra la guerra reclamándose del ejemplo de la Revolución rusa. Un Manifiesto socialista del mes de mayo 1917, distribuido en Alessandria, Novara, Asti y Turín, permite palpar el clima de euforia y esperanza suscitada por la Revolución de Febrero contra la Monarquía, contra la guerra, por la “la colectivización de los campesinos” y por la expropiación de las tierras de la nobleza, reconociendo en Italia “las condiciones en las cuales es posible un esfuerzo revolucionario de los trabajadores”, recordando que “la violencia es necesaria y oportuna en ciertos períodos decisivos de la humanidad” y llamaba al proletariado italiano a no conformarse con la lucha por la paz, sino también por “profundas modificaciones de nuestro ordenamiento político y económico”. [Cartiglia, op.cit., pp.199-200].
146 Caretti, op.cit., p.42.
147 Cf. “Acerca del folleto de Junius», julio 1916.
148 “La falsificazione”.
149 “Ancora più avanti”, L’Avanguardia, 3-6-1917.
150 “Le direttive marxiste della nuova Internazionale”, L’Avanguardia, 26-5-1918.
151 Bordiga entiende por “acción proletaria de clase” aquella basada en el principio de la “intransigencia”, es decir, sin ningún tipo de alianza del Partido con otros partidos políticos y, aún menos, con partidos burgueses.
152 Mingardo, op.cit., pp.146-147.
153 Germanetto y Fortichiari.
154 Mingardo, op.cit., p.148. Cf. también Bruno Fortichiari, “Appunti per la storia della sinistra comunista”, p.25. [www.marxists.org/italiano/fortichiari/antologia/antologiaBF.pdf]. Gramsci no intervino en la discusión de fondo. Según Fortichiari, «Gramsci no toma posición y no oculta su malestar. Se sabe que, en vísperas de la entrada de Italia en la guerra, había dudado entre el intervencionismo y la neutralidad. Había ciertamente superado su crisis, pero era demasiado honesto como para asumir repentinamente una actitud contraria a la guerra”.
155 Ibidem, p.147 y Cortesi, op.cit., p.643.
156 Cortesi, op.cit., p.644.
157 “La sección da mandato a su representante al XV Congreso nacional de no aprobar la actitud y la obra de la Dirección del Partido en diferentes circunstancias, y particularmente: a) en la diversidad de los métodos propugnados para conjurar la intervención italiana contra la Entente y luego a favor de la Entente; b) a propósito de la permanencia de los belicistas en el Partido y la participación de compañeros en la obra de asistencia social; c) en el haber subordinado algunos de sus vitales deliberaciones de principio y de táctica a las opiniones del Grupo parlamentario socialista y de la CGdL; d) en los recientes repudios prejudiciales de la acción revolucionaria; e) en la tolerancia hacia las declaraciones de diputados socialistas contrarias a las directivas del Partido. [Bordiga, Scritti…, vol.2, p.321]
158 Bordiga, Storia…, pp.114-116.
159 Lazzari recién será liberado en noviembre de 1918. Serrati fue procesado y condenado junto a los dirigentes de la movilización de Turín de agosto 1917 [§II-8]). Todos ellos serán amnistiados al final de la guerra, en febrero de 1919.
160 Caretti, op.cit., pp.157-158.
161 Cortesi, op.cit., pp.652-659.
162 “Las secciones fueron desarmadas, nuestros hombres más representativos se oponían; cuando había mítines en las plazas se retiraban; cuando a bastonazos se expulsaban a los intervencionistas de las plazas se decía que éramos matones, y ninguna voz se alzó cuando centenares y centenares de nuestros compañeros eran arrestados. Se creó así ese ambiente favorable para la guerra, por lo cual cuando se propuso la huelga debimos decir que ella ya se había vuelto imposible desde hacía rato”.
163 La Dirección del Partido obligó a los diputados socialistas a dimitir, pero Turati no lo hizo.
164 En ello también influyó el hecho de que Lazzari y Serrati estuviesen en prisión. En su intervención, Repossi declaró: “Serrati está en la cárcel porque es el Director del ’Avanti!, y no discutamos más”.
165 Esta misma posición fue defendida por el toscano Luigi Salvatori y la piamontesa Elvira Zoca (ambos del campo revolucionario).
166 Cortesi, op.cit., pp. 659-668.
167 Ibidem, pp. 681-685.
168 Ibidem, pp. 677-681.
169 14.015 votos sobre un total de 19.027.
170 Cortesi, op.cit., p. 650.
171 “La Constituente?”, Il Soviet, 22-12-1918.
172 “Mientras en Rusia la clase obrera ya había logrado conquistar y administrar el poder, en la Asamblea Constituyente, convocada antes de la revolución maximalista, se perfilaba la amenaza de que corrientes consciente o inconscientemente contrarrevolucionarias prevalecieran en ella. Los reformistas pretendían que en nombre de la democracia los Soviets entregaran el poder, conquistado con tanto sacrificio, a las maniobras de pasillo de un caricaturesco parlamentarismo occidental. (…) Pero ‘El Manifiesto’ habla claramente del ‘proletariado organizado como clase dominante’, de la ‘intervención despótica en el derecho de propiedad y las relaciones burguesas de producción’, y luego describe, de manera lapidaria, cómo en ‘el curso de la evolución’ el dominio del proletariado conducirá a la abolición de todo poder político, hasta la nueva organización social en la que ‘el libre desarrollo de cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos’ ”. «La conquista del poder político puede ser el rápido resultado de una guerra de clase – que hoy no está todavía cerrada en Rusia – pero la transformación efectiva de las instituciones sociales requiere del ejercicio de un largo período de una verdadera dictadura de clase, que suprima los obstáculos contrarrevolucionarios con violencia, como con violencia ha demolido las defensas del antiguo poder. (…) Pero el proceso de la conquista revolucionaria del poder, y la consiguiente expropiación de la burguesía, se lleva a cabo en un conflicto continuo con las clases poseedoras y también con parte del proletariado que aún no está convencido de la política de clase». «El curso de la revolución en Rusia disipa la ilusión de una pacífica revolución democrática y, al mismo tiempo, desmiente de manera contundente los esquemas utópicos de la revolución en la que creen los sindicalistas y anarquistas, que consideran que basta con destruir el Estado para que, como por encanto, surja la nueva economía basada en una automática ‘asociación de productores’ y para que desaparezca la necesidad de todo ‘poder’ y de toda violencia (…) [Decir] que el socialismo es una cuestión de libertad, y condenar con indignación los disparos y detenciones en Petrogrado, es caer en la metafísica y la utopía, mientras que el socialismo, haciendo caso omiso de los imperativos éticos, es un problema histórico de fuerzas reales y de la acción dinámica de la clase proletaria, que no tiene prejuicios o fetiches, que tiende con todos los medios a la victoria de clase, a la conquista del poder político, animado de la conciencia histórica de preparar el advenimiento, incluso después de algunas generaciones, de la sociedad de los libres y los iguales” [“Gli insegnamenti della nuova storia”, Avanti!, 27 y 28 de febrero de 1918]. Es notable que este artículo haya sido escrito aún antes de tener conocimiento del “El Estado y la Revolución” de Lenin.
173 “[Los] bolcheviques rusos, adoptando la intransigencia más rígida no sólo frente a los partidos burgueses sino también frente a las mismas fracciones socialistas, haciendo suyo el lema: « el que no está con nosotros está contra nosotros », han logrado obtener el consenso pleno de la gran mayoría de las masas rusas, con una velocidad y seguridad maravillosas”. [Ibidem]
174 Y esto a pesar de que dicho poder estaba basado en la alianza de dos clases, el proletariado cuyo horizonte revolucionario era doble: antifeudal y anticapitalista, mientras que el potencial revolucionario de las grandes masas del campesinado ruso sólo tenía como horizonte histórico la lucha contra la restauración feudal.
175 “Gli insegnamenti della nuova storia”, art.cit.
176 “Le direttive della rivoluzione russa in una fase decisiva”, 25-5-1918.
177 “Desde el punto de vista del marxismo intransigente, las cosas se presentan claras y límpidas. Los comisarios del pueblo ejercen el poder por elección y delegación del Congreso de los Soviets, representante de las clases proletarias rusas, quien sigue y controla toda su acción. En nueve meses de asidua propaganda política, los Soviets fueron ganados por las directivas maximalistas, y en la revolución de noviembre lograron conquistar el poder político. Éste ha pasado a manos de la clase proletaria socialista del que se sirve para proceder a la implementación del programa comunista, la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y de intercambio”. [Ibidem]
178 Gramsci aceptaba como verdad indiscutible la afirmación reformista de que Marx y Engels habían sostenido que el proletariado sólo podía conquistar el poder en una sociedad burguesa desarrollada.
179 [“A propósito di leninismo e di marxismo”]. La visión de Il Soviet sobre la cuestión campesina en Rusia era totalmente errónea (pues negaba que la nacionalización de la tierra hubiese creado una clase de campesinos y unidades productoras independientes) y estaba emparentada con la concepción pura y abstractamente “colectivista” de la socialdemocracia italiana. En el artículo mencionado se afirma que “No es cierto que en Rusia la tierra haya sido dividida y distribuida entre los campesinos [lo que sí era cierto, ndr.] (…). La constitución de los Soviets proclama que la tierra y los instrumentos de trabajo son propiedad común [los instrumentos de trabajo eran sí propiedad de los campesinos individuales, ndr.]. El campesino ruso sabe muy bien que él no es propietario de la tierra que cultiva [cosa que era cierto, ndr.], sino simplemente depositario en nombre y por cuenta de la colectividad, y que el producto que él produce pertenece al Estado [cosa totalmente falsa, ndr.], quien le deja cuanto necesita para sus necesidades y las de su familia, en proporción a la disponibilidad general, y le retira lo que sea necesario para las necesidades de todos los demás. Y cuando algún campesino se olvida de todo ello, y trata de sustraer al control público una parte de sus productos, están para refrescarle la memoria las comisiones de requisa y especialmente el soviet de su aldea [aquí el artículo confunde las requisas efectuadas durante el período del comunismo de guerra, en cuanto sistema de coerción en el curso de la guerra civil, con el comunismo strictu senso, ndr.]. Todo esto, como se ve, está muy lejos de haber creado una nueva masa de pequeños propietarios, y demuestra cómo, a partir de las condiciones de producción individuales pre-existentes, se ha logrado transformar a los campesinos rusos en órganos de producción colectiva [lo que era totalmente falso, ndr.]”.
180 “Notas sobre la Revolución rusa”, Il Grido del Popolo, 29-4-1917.
181 “Los maximalistas rusos”, Il Grido del Popolo, 28-7-1917.
182 “Kerenski-Tchernov”, Il Grido del Popolo, 29-9-1917. El programa agrario de los sindicalistas revolucionarios (que los bolcheviques aplicaron luego de la conquista del poder) era un programa agrario antifeudal y abría la vía al más rápido desarrollo del capitalismo agrario moderno. Este programa preveía la nacionalización de la tierra, la destrucción del latifundio y la distribución de la tierra entre los campesinos según modalidades que dependían del desarrollo tecnológico de las explotaciones agrarias.
183 “La revolución contra El Capital”, Avanti!, 24-12-1917.
184 “Constituyente y soviets”, Il Grido del Popolo, 26-1-1918.
185 “Utopia”, Avanti! (edición piamontesa), 25-7-1918.